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Expediente Trump: Minneapolis arde y su presidencia se hunde en una profunda crisis, y aun así podría ser reelegido

Timothy J. Lynch, Associate Professor in American Politics, University of Melbourne

Sipa USA Minneapolis Star Tribune/TNS/Sip

La violencia se desencadenó en numerosas ciudades a lo largo y ancho de Estados Unidos tras la muerte de un hombre negro, George Floyd, al que se pudo ver en un vídeo tratando desesperadamente de respirar mientras un policía blanco, Derek Chauvin, le clavaba la rodilla en el cuello contra el suelo. Estos disturbios suponen un enorme reto tanto para el presidente Donald Trump, como para el exvicepresidente Joe Biden, que están a punto de empezar sus respectivas campañas para las elecciones del 3 de noviembre.

Por si el coronavirus no hubiera supuesto una dificultad lo bastante grande para el discurso de los derechos civiles en Estados Unidos, este último estallido, motivado por las políticas raciales que se aplican en el país, hace que la próxima campaña presidencial pueda ser potencialmente una de las más explosivas de la historia.

El COVID-19 y Minneapolis bien pueden convertirse en los ejes de la próxima campaña. Los detractores de Trump han arremetido contra su gestión en ambos asuntos, y se preguntan si tiene capacidad para dirigir eficazmente al país en tiempos de crisis.

Y aún así, quizá nada de esto le perjudique en su carrera a la reelección.

¿Una presidencia en crisis?

Como líder actualmente al mando, no hay duda de que en este momento es Trump el que se enfrenta a los retos más inmediatos. Desde los tiempos de Franklin Roosevelt y de la Segunda Guerra Mundial ningún otro presidente de Estados Unidos había tenido que gestionar la muerte de tantos ciudadanos por una única causa.

Las potencias del Eje y la COVID-19 no son comparables, pero las presidencias se miden por su capacidad de enfrentarse a este tipo de enemigos. Ahora que la pandemia ya ha provocado más de 100.000 muertes en Estados Unidos, el futuro político de Trump estará inevitablemente unido al de su propia imagen pública, que aunque muy oscilante, todavía cotiza al alza.

Y lo que es peor: las protestas de Minneapolis están mostrando que el tejido social del país, ya de por sí muy precario, se está desgarrando por las consecuencias de los confinamientos provocados por el COVID-19.

Los estadounidenses no se han unido para combatir el virus. En lugar de ello, han permitido que la catástrofe sanitaria intensifique las divisiones raciales, económicas, regionales e ideológicas.

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Trump, por supuesto, a menudo ha tratado de sacar provecho de esas divisiones. Pero la magnitud y gravedad de estas dos crisis que ahora ha de afrontar le pondrán en grandes dificultades. Desde muchos puntos de vista, la suya es una presidencia en crisis.

Pero aún así…

…Trump, que como candidato resulta feroz, encontrará el modo de usar estas dos tragedias en su propio beneficio y (lo que es más importante) para complicarle las cosas a su rival.

Para los poco enterados, Trump no creó el coronavirus. Y seguirá insistiendo en que quien lo hizo fue su gran adversario geoestratégico, el Partido Comunista chino.

Además, su presidencia no es la primera en quedar marcada por los disturbios en numerosas ciudades del país.

Antes de Minneapolis, también se produjeron protestas en Detroit (1967), Los Ángeles (1992) y la localidad de Ferguson, en Missouri (2014). En todos estos lugares se vieron imágenes de violentos disturbios motivados por cuestiones raciales que, como entonces, siguen sin estar resueltas.

A ello hay que añadir que en el siglo XIX unos 750 000 estadounidenses murieron en una guerra civil que tuvo entre sus motivaciones fundamentales la cuestión de si la esclavitud de los afroamericanos era constitucional.

Puede que Trump no haya reducido las tensiones raciales en Estados Unidos durante su presidencia, pero, como en el caso del coronavirus, se trata de un problema que tampoco creó él.

Lo que Trump puede hacer para culpar a los demócratas por Minneapolis

Afortunadamente para Trump, Minneapolis es una ciudad mayoritariamente demócrata en un estado que suele apoyar a este mismo partido. De este modo, centrará su campaña en destacar el fracaso de los líderes demócratas locales a la hora de dar respuesta a las necesidades de los votantes negros.

Trump sostendrá que décadas de políticas demócratas en Minnesota (en donde se incluyen los ocho años de la Administración Obama) han convertido a Minneapolis en una de las ciudades con mayores diferencias raciales del país.

En 2016 Trump le hizo a los afroamericanos su famosa pregunta de si los líderes demócratas habían hecho alguna vez algo por mejorar sus vidas.

¿Qué pierdes por probar algo nuevo, algo como Trump?

El presidente repetirá este mantra durante los próximos meses.

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Sin duda también le ayudará el hecho de que el apoyo de los votantes republicanos nunca ha flaqueado, por más excéntrico que fuera su comportamiento.

Desde que empezó la crisis del coronavirus ha mantenido una tasa de aprobación constante del 80 % entre los votantes de este partido. Esto, a su vez, ha contribuido a mantener su tasa de aprobación estable de entre un 40 % y un 50 % entre el conjunto del electorado, que se ha mantenido conforme la crisis se iba agudizando.

No son números catastróficos. Sí, es cierto que el liderazgo de Trump ha contribuido a empeorar una serie de problemas. Pero si las encuestas no se equivocan, hasta ahora ha evitado el tipo de catástrofes que realmente podrían poner en riesgo su reelección.

Por qué este momento es peligroso para Biden

Biden debería ser capaz de convencer a los estadounidenses de que él es el líder más eficaz para un momento como este.

Pero se trata de algo que aún no se ha reflejado en las encuestas, que de cara a las elecciones continúan dándole a los demócratas sólo una ligera ventaja frente a Trump.

El otro problema es que el Partido Demócrata sigue sin ser capaz de dar un mensaje unitario, y hasta ahora Biden no ha demostrado ser capaz de solucionar esta cuestión.

Además, tradicionalmente las campañas electorales han sido una fuente de divisiones en el partido de Biden. Los demócratas de los estados del sur, por ejemplo, tuvieron un papel clave en el establecimiento de la esclavitud en el siglo XIX, y también en las políticas de segregación que la siguieron en el siglo XX.

A partir de la década de los 60 el Partido Demócrata se perfiló como el destino natural del voto de los afroamericanos al tiempo que los republicanos buscaron el voto de los blancos sureños desencantados. Los demócratas tuvieron un enorme éxito en esta estrategia, ya que elección presidencial tras elección presidencial han ido cosechando entre el 85 % y el 90% del voto negro.

Ahora el reto de Biden consiste en lograr mantener la lealtad del voto afroamericano y evitar cargar con la responsabilidad de los fracasos socioeconómicos que han provocado las políticas demócratas en ciudades como Minneapolis.

Él también es un blanco de un estado del norte (Delaware), y entre 1964 y 2008 solo tres demócratas han sido elegidos presidente; todos ellos provenían de estados sureños.

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Para contrarrestar esta tendencia, Biden ha tenido que hacer hincapié en las políticas raciales para distinguirse tanto de su rival en las primarias demócratas (un Bernie Sanders que intentó hacer bandera de las aspiraciones de los afroamericanos) como de los republicanos. Y esto, en ocasiones, le ha llevado a generar polémica.

En 2012 le advirtió a los afroamericanos de que el entonces candidato republicano, Mitt Romney, “les volvería a poner las cadenas”. Y hace solo una semana enfadó a los votantes negros cuando sugirió que aquellos que votaran a Trump en las elecciones “no son negros”.

Biden es mucho más hábil que Trump tratando temas raciales y debería ser capaz de usar esta crisis para presentarse a sí mismo como un “pacificador en jefe” mucho más creíble. Sin embargo, en cierto sentido se ha mostrado patoso y burlón en este sentido al mostrarse condescendiente en temas raciales.

El escenario que abren la COVID-19 y los disturbios de Minneapolis podrían hacer que su campaña siguiera sin tener una dirección clara.

Las protestas por la muerte de George Floyd se extendieron rápidamente por todo el país. ETIENNE LAURENT/EPA

Hay motivos para la esperanza

Estados Unidos afronta los meses finales de la campaña de 2020 en una situación de desesperanza y abandono. Tiene que elegir entre continuar con el líder ventajista en el poder u optar por un aspirante que no termina de enterarse de las cosas.

Pero Estados Unidos ya afrontó retos muy complejos en el pasado y salió fortalecido. Ni la guerra civil en el siglo XIX ni la epidemia de gripe española en el siglo XX lograron detener la extraordinaria pujanza del país que siguió a ambas catástrofes.

Además, la Constitución continúa intacta y el federalismo está experimentando una suerte de renacimiento desde el inicio de la pandemia. Por otro lado, viene una generación de líderes nacionales más jóvenes y de orígenes más diversos que se han forjado en el fuego de la crisis, y que ayudarán a lograr la recuperación.