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Cómo afrontar la nueva realidad en el planeta Tierra

Saturio Ramos, Catedrático de Física, Universidad de Sevilla

Shutterstock / Boscorelli

Entramos en la última fase del Plan para la transición hacia una nueva normalidad aprobado por el Gobierno de España. Su objetivo fundamental es mantener la protección de la salud pública recuperando paulatinamente la vida cotidiana y la actividad económica.

De momento, a efectos paliativos de la pandemia, los datos sanitarios avalan que el Plan está dando resultados. Pero si la condición de normal (normalidad) se refiere a “su estado natural, habitual u ordinario” me temo que sobra lo de nueva o sobra lo de normalidad. Como veremos el asunto tiene mayor calado.

La nueva realidad de la Tierra

Desde hace solo unos cien años –prácticamente en el transcurso de una sola generación– el incremento en la intensidad y frecuencia de enfermedades, pandemias y otras graves catástrofes han dejado de ser naturales. Todas tienen una misma relación causa-efecto de origen antropogénico.

El calentamiento global, el cambio climático y la pérdida de biodiversidad son consecuencia de un sistema económico injusto. Basado en el crecimiento ilimitado, necesita compulsivamente transformar de forma irreversible recursos energéticos contaminantes y materiales, en una carrera acelerada y suicida.

Desde el punto de vista de la interacción de la especie humana con la naturaleza y de la intervención de Homo sapiens en el calentamiento global, en el clima y la biodiversidad, la normalidad ha sido la tónica desde hace al menos dos mil años hasta hace pocas decenas de años: la temperatura del planeta se mantenía estable variando unas décimas de grado.

En los últimos mil años hasta hace poco más de una generación, según datos del informe de 2001 del Panel Intergubernamental del Cambio Climático, la temperatura global oscilaba dos décimas de grado arriba y abajo y la cantidad de CO₂ en la atmósfera se mantenía estable alrededor de unas 280 partes por millón.

Variación de la concentración de CO₂ y la temperatura en los últimos 1 000 años. Datos del IPCC, NOOA, Copernicus.eu/Saturio Ramos

La nueva realidad es que desde hace unos cien años, como se muestra en la figura, el continuado y correlacionado crecimiento de las curvas de CO₂ en la atmósfera (producto de la quema de combustible fósiles) y de la temperatura global está poniendo al planeta Tierra al borde del colapso. Un millón de especies están en peligro de extinción, incluyendo la nuestra.

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La crisis climática sigue vigente

En el tiempo transcurrido desde el inicio de la pandemia, han surgido dos nuevas amenazas que inciden sobre la crisis climática. Las anomalías se han producido en los polos, los dos focos fríos del motor térmico natural que regula el clima del planeta.

  • A finales de marzo se descubrió un agujero de ozono en el Ártico con un tamaño récord. Se debía a temperaturas inusualmente gélidas en la estratosfera. Sorprendentemente, el agujero desapareció después de un mes debido a temperaturas inusualmente cálidas en la zona, con hasta 20℃ por encima de las normales.
  • A finales de mayo, la noticia era que en la Antártida (que está batiendo récord de calor) el paisaje de grandes extensiones está pasando del blanco al verde de las algas que florecen en la nieve derretida.

Cuando el motor funciona mal, el clima se vuelve loco. Si no aprovechamos la actual crisis para impulsar la descarbonización de la economía, la llamada nueva normalidad no servirá para quebrar las curvas de CO₂ y temperatura global.

Como afirman varios científicos expertos del clima, convirtamos el coronavirus en un punto de no retorno.

Entropía versus Antropoceno

La nueva realidad es la era del Antropoceno, un concepto que se utiliza por la comunidad científica desde principios de siglo. Existen suficientes evidencias de cambios significativos para reconocer el Antropoceno como una nueva época geológica.

La etapa en la que vivimos es el reflejo del enorme impacto global sobre el planeta de la actividad humana desde el comienzo de la Revolución Industrial. El Antropoceno se refiere a la reciente situación de intensa agresión del hombre contra la naturaleza y sus leyes.

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Albert Einstein destacaba la grandiosidad de las leyes de la termodinámica por su sencillez y contenido universal. Todos estamos familiarizados con la primera ley: la energía ni se crea ni se destruye, pero puede transformarse.

De la segunda ley, también conocida como ley de la entropía, parece que casi nadie quiere saber nada y, desde luego, es ignorada por la mayoría de magnates, economistas y políticos. Su efecto para las especies que habitamos la Tierra es parecido a si se arrojaran desde un sexto piso ignorando la ley de la gravedad.

Para simplificar, y en nuestro contexto energético, la ley de la entropía supondría que toda transformación de la energía tiene un coste ambiental. La transformación de una cantidad de energía útil disponible (ordenada) implica poder obtener una parte de utilidad (trabajo), pero necesariamente otra parte de energía no disponible se pierde (desordenada, disipada). La entropía es una medida de la energía no disponible.

La Tierra es un sistema termodinámico cerrado. Recibimos energía del Sol, pero prácticamente no intercambiamos materiales con el exterior. Desde hace 4 500 millones de años, la Tierra es un almacén de recursos limitado, con materiales formados con átomos procedentes de una estrella y donde ha ido generando energía fósil a partir del Sol, que continuamente estamos consumiendo, desgastando y llenando de entropía.

Más entropía significa más desorden, más CO₂ y contaminación en la atmósfera, más residuos en basureros, más plásticos y acidez en océanos, más calentamiento global, más cambio climático, más lluvias torrenciales y sequías, más terrenos áridos, más incendios, más tornados, más migrantes climáticos, más enfermedades y pandemias.

Afrontar la nueva realidad

El informe especial sobre impactos del cambio climático del 2018 elaborado por el IPPC no deja lugar a la duda: apenas nos queda una década para actuar y evitar una catástrofe.

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La descarbonización y la implantación de las energías renovables son ineludibles y están en marcha; los gobiernos y los lobbies de las energías sucias lo saben.

El problema es que esos mismos lobbies con megainstalaciones deslocalizadas quieren controlar y monopolizar la transición, marcando el ritmo para recuperar parte de los billones de dólares de activos obsoletos de sus combustibles fósiles. Si los mismos que nos han llevado a esta situación siguen con el control de los recursos energéticos y marcan el ritmo de la transición, nos quedan pocos resquicios para la esperanza.

La rápida extensión, dureza e incertidumbres de la pandemia está abriendo muchos ojos y removiendo conciencias. El Gobierno ha dado luz verde al proyecto de Ley de Cambio Climático para su tramitación parlamentaria. Habrá que estar atentos.

Frente a lo grande, global y rápido es necesario desarrollar proyectos de baja entropía. En el consumo están calando conceptos como productos de cercanía, autoproducción, cooperativismo, economía solidaria, obsolescencia programada, etc.

Ahora tenemos la ventaja de que las fuentes de energía (sol, viento y agua) están al alcance de la mano, así como una buena tecnología de cogeneración.

La alternativa, entre otras actuaciones, debe pasar por la gestión pública municipal, comarcal y autonómica de la producción, distribución y control de la demanda energética. Con la colaboración de múltiples empresas públicas, mixtas o medianas y pequeñas privadas.

La gestión de los residuos y del agua es responsabilidad de los municipios por imperativo legal, como un bien público. También debe serlo la energía que nos regala el Sol y que pertenece a los municipios. Si gestionan la basura (entropía), con más razón pueden gestionar las fuentes de energía útil y renovable.

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