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Cambio climático y negacionismo como fronteras del futuro: los desmentidos de Filomena

La Corredera Baja de San Pablo de Madrid tras el paso de la borrasca Filomena. Foto Juan Carlos Velasco, Author provided

Teresa Moreno Olmeda; Astrid Wagner y Roberto R. Aramayo

La meteorología no parece secundar las tesis de quienes no reconocen el cambio climático y los fenómenos atmosféricos extremos asociados a este, tal como nos demuestra el temporal Filomena con unas inusuales nevadas y una ola de frío polar que paraliza nuestras actividades. Aunque haya venido bien para recluirnos en aras de la pandemia.

Si algo logró movilizar a los más jóvenes antes de que Covid-19 lo cambiara todo fueron las manifestaciones que denunciaban la inacción ante el cambio climático. Los adolescentes cobraron conciencia de que se les robaba su futuro y tomaron las calles, además de intervenir en los foros internacionales que se convocaron para discutir la cuestión.

Una nueva frontera temporal que clausura el futuro

Toda frontera política es imaginaria. Alejandro VI, el Papa Borgia, trazó una línea para dividir los territorios que podían colonizar España y Portugal, determinando las ulteriores divisiones geográficas donde se hablan sus respectivos idiomas.

Las fronteras naturales pueden vadearse con mayor facilidad que las políticas, porque basta con dar un rodeo más o menos amplio. Sin embargo, el negacionismo del cambio climático y el fenómeno negacionista en general trazan unas nuevas fronteras que ya no afectan al espacio, sino al tiempo. Esas lindes no podrá cruzarlas nadie, porque se agotan los márgenes para evitar una catástrofe irreversible, al clausurar el futuro.

La pandemia de covid-19 ha puesto entre paréntesis aquellas movilizaciones juveniles, pero también nos proporciona un magno experimento que no se hubiera podido realizar en otras circunstancias. Durante semanas el mundo se paralizó y la emisión de gases disminuyó drásticamente, lo que nos permite comprobar la incidencia del ser humano en los cambios en el clima. Los datos están ahí y se pueden analizar.

La clave del cosmopolitismo ilustrado

El problema es que los negacionistas no son escépticos en busca de pruebas destinadas a confirmar sus hipótesis. Han abrazado una fe y su dogma es totalmente refractario a cualquier argumento. Si nada puede convencerles de que las vacunas pueden ayudarnos a lidiar con los virus o de que la Tierra es redonda, cómo van a suscribir nuestra responsabilidad en ese cambio climático que nos deja sin futuro.

A los negacionistas les definen ciertos rasgos comunes. Las teorías conspiranoicas que comparten siempre atacan a su tribu particular, porque suelen caracterizarse por un chauvinismo localista que solo se cura con el cosmopolitismo reivindicado en la Ilustración y que no debe confundirse con el fenómeno de la globalización.

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Filomena y una tipología del negacionismo

No todos los negacionistas comparten las mismas creencias. Algunas de ellas pueden llegar incluso a ser contradictorias, pero son coherentes con una afirmación mayor: la de que la narrativa oficial es falsa y las élites conspiran para ocultarnos algo.

Pero ¿cuáles son los argumentos que esgrimen estos negacionistas? Si estos días hemos tomado la sabia decisión de ver la nieve desde la ventana de casa, y la no tan sabia de informarnos sobre ello en las redes sociales, hemos podido observar en la práctica los distintos tipos de negacionismo que ya identificó Stefan Rahmstorf en 2004:

1. Negacionistas de tendencia

Estos niegan, simplemente, que el clima esté cambiando. Para ello, en muchas ocasiones incurren en lo que se llama falacia de evidencia incompleta o cherry picking: citan un caso anecdótico (por ejemplo, el temporal Filomena) que parece confirmar su posición e ignoran el resto de evidencias que la contradicen.

En este caso, confunden el tiempo meteorológico en un momento y lugar concretos con el clima, que a largo plazo muestra una tendencia inequívoca al calentamiento, ignorando además el hecho de que este calentamiento va de la mano con eventos atmosféricos cada vez más extremos.

Todo esto lleva a comentarios en Twitter como los del presidente de Aragón y el del periodista Iker Jiménez:

Este último muestra además una concepción errónea de los modelos climáticos, que no son predicciones de una bola de cristal, y que en la noticia original solo desaconsejaban construir una nueva estación de esquí en León. Además, con ello se desacreditan los mecanismos del método científico, negándole la posibilidad de error.

2. Negacionistas de atribución

Para estas personas, el cambio climático existe, pero no se debe a las emisiones humanas de dióxido de carbono. En muchos casos, el argumento es que se trata de un proceso natural y cíclico, provocado por cambios en la actividad solar o los rayos cósmicos, por los volcanes, etc.

Sin embargo, últimamente parecen estar emergiendo en las redes sociales las teorías conspiranoicas según las cuales sí se está alterando el clima, pero no por el CO₂, sino por la manipulación oculta a través de geoingeniería. La nieve sería, así, un residuo plástico que no se derrite (en realidad, se sublima) cuando se le aplica la llama de un mechero.

3. Negacionistas de impacto

Aceptan que el clima está cambiando, pero no creen que esto tenga un impacto significativo. En este caso, Filomena puede servirnos como una metáfora: quienes vivan en regiones en las que la nieve es común en invierno pueden recriminar, por ejemplo, su histeria generalizada a los habitantes de Madrid. Sin embargo, obvian con ello la importancia de las infraestructuras y la preparación ante un fenómeno meteorológico, la nieve, que no es en sí mismo positivo o negativo.

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De la misma forma, quienes subrayan las consecuencias positivas del cambio climático, como una potencial extensión de la agricultura a latitudes más altas, no tienen en cuenta la (in)capacidad de adaptación de las sociedades y los ecosistemas a los rápidos cambios que traerá un clima más cálido.

¿Cuánta gente es negacionista en España?

A pesar de este panorama, España parece ser curiosamente uno de los países donde el discurso negacionista ha calado menos. De hecho, según una encuesta global de YouGov, en 2019 España era la nación más preocupada por el cambio climático de Europa, y la tercera con menor porcentaje de negacionistas de los 28 países del mundo encuestados, con apenas un 3 % entre negacionistas de tendencia y de atribución.

Entre el año 2000 y enero de 2020 ha aumentado el porcentaje de personas que creen que efectivamente el cambio climático se está produciendo (del 79,3 % al 84 %), según los datos del CIS que recoge el Informe Democracia en España 2019. Las movilizaciones y la atención mediática continuada han provocado además que casi todo el mundo se posicione: quienes no tienen una postura clara han quedado en un 5 %.

Parece ya lejano aquel 2019 en el que el foco estaba en Greta Thunberg y en una generación Z que se levantaba por su futuro robado, mientras, por el lado contrario, la derecha encabezada por Donald Trump daba un altavoz como nunca lo había tenido al discurso negacionista.

Después de un 2020 que ha trastocado muchas de las asunciones sobre el funcionamiento de nuestras sociedades y su relación con el medio natural, es difícil prever qué deparará este 2021 para la percepción pública del cambio climático.

El caldo de cultivo del negacionismo

Sin embargo, y a la espera de datos actualizados, tenemos que contar con un aumento significativo debido a varios factores vinculados con la pandemia.

Hay una retroalimentación entre los distintos negacionismos y las respectivas teorías conspiranoicas que, por añadidura, hoy en día vienen a sumarse a un explosivo cóctel donde se mezclan con movimientos anticiencia o antivacuna, y con ideologías políticas extremistas de diversa índole (xenófobas, autoritarias, machistas, etc.).

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Esa heterogeneidad es la que presentan los movimientos que se han afianzado en varios países durante la pandemia, como los Querdenker en Alemania. No hay coherencia entre las diferentes creencias que se encuentran en estos grupos, pero hay algo que tienen en común: un clima de sospecha y desconfianza generalizadas.

Con el fin de mantener firmemente estas convicciones ante cualquier evidencia contraria, los promotores de estos movimientos aplican distintas técnicas para reforzar los sesgos cognitivos de sus seguidores, particularmente en las redes sociales.

Estos sesgos, que hasta cierto punto forman parte de nuestra normalidad, crecen en determinados ambientes y se fomentan en situaciones de crisis. Hay una serie de factores psicológicos, ideológicos y tecnológicos que funcionan como amplificadores de tales sesgos.

  • Factores psicológicos. Entre ellos encontramos la incertidumbre, el miedo y la desconfianza, síntomas de la crisis sanitaria y económica que nos confronta con nuestra propia vulnerabilidad ante una amenaza invisible, desconocida y omnipresente.
  • Factores ideológicos. Se plasman sobre todo en una creciente polarización de la población, que provoca que las posiciones sostenidas sean cada vez más radicales. Aquí se usan todas las herramientas del populismo, jugando con nuestras emociones y nuestros prejuicios, promoviendo un discurso que fomenta el odio y la posverdad.
  • Factores tecnológicos. El propio diseño algorítmico de las plataformas digitales, con sus cámaras de eco y sus filtros de burbuja, es lo que refuerza sesgos cognitivos como la polarización de grupos, el sesgo de confirmación, los efectos de repetición o la excitación afectiva.

Los algoritmos no son neutrales, al estar diseñados por personas y con ciertos fines económicos o políticos. El mismo algoritmo que nos ayuda a encontrar lo que buscamos se asegura de que nos llega, sobre todo, la información que confirma nuestro propio punto de vista y nuestros prejuicios.

Así se configura una realidad paralela, con “hechos alternativos” y un fondo de creencias antiilustradas. Este oscurantismo tiene sus víctimas, pero también beneficiarios espurios y sin escrúpulos que sacan provecho. Aun cuando este beneficio solo puede darse a corto plazo, al haber un punto de no retorno: una vez franqueada esa frontera temporal a la que aludíamos al principio, no habrá vuelta atrás, porque nos habremos quedado sin futuro.