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Las criptodivisas buscaban estabilidad y encontraron oro y dólares

Shutterstock / Thomas du Crest

Carlos Esparcia Sanchís, Universidad de Castilla-La Mancha y Antonio Díaz Pérez, Universidad de Castilla-La Mancha

La aparición de nuevas criptodivisas (criptomonedas, criptoactivos o simplemente criptos) es una constante desde la aparición del bitcóin, en 2008. Estos activos virtuales buscan convertirse en una nueva forma de dinero, es decir, asumir las funciones de medio de intercambio, almacenamiento de valor y unidad de cuenta comúnmente aceptada.

De hecho, algunos bancos centrales han emitido o planean emitir sus propias criptos, e incluso El Salvador ha aceptado el bitcóin como moneda de curso legal.

Su carácter intangible hace prácticamente imposible determinar el valor justo de estos activos, que sigue siendo incierto y sirve de caldo de cultivo para la especulación.

Desde 2017 se han vivido abruptas oscilaciones en el valor de las criptos pero han sido especialmente fuertes a partir de 2020, a consecuencia del impacto de la covid-19 y, ya en la primera parte de 2021, de las declaraciones del fundador de Tesla sobre la utilización del bitcóin como medio de pago.

La negociación especulativa impide que se mantenga la estabilidad en sus valores de intercambio y, por tanto, limita su uso como depósito de valor. Tienen el hándicap adicional de que, a diferencia de otros activos refugio, las criptodivisas carecen de valor intrínseco.

Su volatilidad es mayor que la de activos tangibles como el petróleo o el oro, lo que muestra el riesgo de mercado al que están sometidos quienes invierten en criptos. Esta inestabilidad merma su potencial como activo diversificador en carteras tradicionales (renta fija, renta variable, materias primas…).

Las ‘stablecoins’ estabilizan el mercado

En los últimos años, el problema de la alta volatilidad ha provocado la aparición de nuevas criptos, stablecoins o monedas estables, diseñadas para potenciar la estabilidad de su precio.

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Por otra parte, la creciente popularidad de las criptomonedas (y su opacidad) está llevando a los responsables políticos a considerar medidas y regulaciones para controlar sus posibles efectos en los mercados financieros tradicionales.

Estas monedas estables pueden estar respaldadas por un activo financiero tradicional (una moneda fiduciaria, como el dólar o el euro, o una cartera de ellas) o una materia prima (como el oro o el petróleo, en los casos del PAX gold y el petro, respectivamente). Su oferta también puede depender de un algoritmo que responda a los cambios en la demanda para minimizar su volatilidad (como es el caso de las criptomonedas terra y ampleforth).

La innovación financiera ha llevado incluso a la creación de stablecoins respaldadas por otras criptos. El precio de celo euro depende de una cesta compuesta por diferentes criptoactivos (bitcóin y ethereum, entre otros).

Criptos respaldadas por dólares: ¿una paridad real?

Hasta ahora, las stablecoins respaldadas por moneda fiduciaria, y especialmente las vinculadas al dólar estadounidense, han sido las que más éxito han tenido en los mercados, en volumen de negociación y como moneda digital con un valor estable.

De hecho, la volatilidad observada en el tether y el USD coin (primera y segunda stablecoin por capitalización de mercado) en los tres últimos años es una décima parte de la del bitcóin o una quinta parte de la del SP500, el índice de referencia en el mercado de renta variable.

El tether y el USD coin basan su valor en la promesa de que cada token está respaldado por un dólar estadounidense, aunque esta paridad puede ser discutible. El respaldo de 1 a 1 en el USD coin se confirma mediante auditorías externas. En cambio, se ha cuestionado y criticado la falta de transparencia de Bitfinex, emisor del tether, en relación a sus reservas reales de dólares estadounidenses. Un informe de mayo de 2021 reveló que el respaldo a 1 de abril de 2019 se había reducido a un paupérrimo 3,87%.

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Pero estas carencias no han afectado a su éxito. Según la plataforma especializada CoinMarketCap, el tether es el medio de intercambio más utilizado para las transacciones de criptodivisas. Prácticamente duplica el volumen de negociación del bitcóin y es el quinto criptoactivo en términos de capitalización de mercado.

¿Es el oro el mejor respaldo para un crecimiento estable?

Durante la pandemia, el criptomercado respaldado por metales preciosos ha alcanzado una gran popularidad entre los inversores. ¿Los motivos? Este híbrido proporciona las bondades de dos instrumentos de relevancia: el oro y las criptomonedas.

El oro ha sido considerado históricamente como un activo refugio en tiempos de crisis. Su respaldo mitiga la extrema volatilidad de las criptodivisas que, al vincular su valor al de un activo físico, han ganado valor intrínseco.

Por otra parte, este híbrido permite a quienes quieren invertir en oro hacerlo sin preocuparse por sus costes de almacenamiento y mantenimiento, ni por el problema de divisibilidad asociado a la inversión en oro físico.

Entre las pioneras de este segmento están el goldcoin y el digix gold pero el recién llegado PAX Gold es el que tiene mayor capitalización de mercado. Desde su lanzamiento, en septiembre de 2019, la volatilidad del PAX gold es similar a la del oro, pero solo un 21% menor que la del índice SP500. En el caso del goldcoin y del digix gold, sus volatilidades, calculadas desde septiembre de 2018, son de catorce y de tres veces la del SP500.

Las ventajas del respaldo del oro y las ganancias originadas por el rally alcista que mantiene el metal desde finales de 2018 proporcionan una ventaja sustancial frente al resto de criptodivisas.

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Las criptos respaldadas por oro tienen un enorme potencial pues sirven de protección ante la inflación y sufren una menor incertidumbre regulatoria, al ser el oro un activo universal. No obstante, resulta difícil calificarlas como stablecoins pues las cifras de volatilidad de su valor no siempre encajan en lo que se pretende con una moneda estable.


Diego Huélamo, alumno del Máster Interuniversitario en Banca y Finanzas Cuantitativas por las universidades UCM, UCLM, UV y UPV/EHU, ha colaborado en la elaboración de este artículo.


Carlos Esparcia Sanchís, Profesor Ayudante Doctor, Área de Economía Financiera, Departamento de Análisis Económico y Finanzas, Universidad de Castilla-La Mancha y Antonio Díaz Pérez, Catedrático de Universidad, área de Economía Financiera, Departamento de Análisis Económico y Finanzas, Universidad de Castilla-La Mancha