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¿Está la cura del cáncer en el veneno de un escorpión?

Elnur / Shutterstock

Isabel Fernández Carrasco, IMDEA ALIMENTACIÓN

Desde las civilizaciones antiguas, cuando se utilizaban ponzoñas como armas de guerra, hasta los tiempos de los alquimistas medievales que exploraban sus propiedades místicas, los venenos han acompañado a los seres humanos en un viaje lleno de hallazgos y peligros.

En los últimos tiempos, la atención se ha desplazado hacia el campo de la biomedicina, donde se están llevando a cabo descubrimientos que resaltan el increíble poder de la naturaleza para ofrecer soluciones a problemas médicos complejos, como el cáncer y las enfermedades cardiovasculares.

Toxinas animales con propiedades terapéuticas

Toxinas de serpientes, pulpos, caracoles, insectos, anémonas marinas… la diversidad de moléculas presentes en los venenos es asombrosa, lo que ha permitido que ya existan medicamentos en el mercado derivados de estos compuestos.

Uno de los ejemplos más destacados es el fármaco captopril. Derivado del veneno de la serpiente Bothrops jararaca, se utiliza como tratamiento de la hipertensión arterial. Este medicamento revolucionó el campo de la cardiología en la década de 1980 debido a su capacidad para bloquear la acción de una enzima clave en el control de la presión arterial, convirtiéndose en uno de los fármacos más recetados en el mundo. También se emplea para tratar la insuficiencia cardíaca y las complicaciones renales asociadas con la diabetes.

Otro caso emblemático es Prialt, nombre comercial de la ziconotida, un fármaco que proviene del veneno del caracol marino Conus magus y que se emplea para aliviar el dolor neuropático severo. Su mecanismo de acción consiste en bloquear selectivamente los canales de calcio en las neuronas, lo que proporciona un alivio efectivo para los pacientes que padecen dolor crónico resistente a otros tratamientos.

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También podríamos citar aquí dos anticoagulantes: la eptifibatida, derivada de una proteína que se encuentra en el veneno de la serpiente cascabel Sistrurus miliarus barbouri, y el tirofiban, molécula inspirada en el veneno de la víbora Echis carinatus. O la exenatida, compuesto terapéutico para los pacientes de diabetes de tipo 2 que se aisló de la saliva del lagarto Heloderma suspectum, conocido como monstruo de Gila.

Aliados en la investigación contra el cáncer

El cáncer es una enfermedad compleja y uno de los mayores desafíos de la medicina moderna, ya que se puede presentar en una gran variedad de formas y tipos, cada uno con sus propias características.

Esta variedad subraya la necesidad urgente de buscar nuevas alternativas terapéuticas, impulsada también por la eficacia limitada y la aparición de efectos secundarios que presentan los tratamientos estándar, como la quimioterapia y la radioterapia.

Los venenos animales están compuestos por una compleja mezcla de proteínas y péptidos, moléculas formadas por cadenas de aminoácidos de distinto tamaño. Algunas de estas moléculas tienen la capacidad de interferir con procesos celulares específicos, como la división descontrolada que caracteriza al cáncer.

Dichas sustancias han surgido como una fuente prometedora de tratamientos innovadores, capaces de abordar las distintas formas de cáncer con enfoques específicos y dirigidos.

Actualmente, diversos péptidos derivados de venenos están siendo investigados debido a sus propiedades anticancerígenas, algunos en investigación básica y otros en etapas preclínicas más avanzadas. Por ejemplo, el péptido melitina es el principal componente activo del apitox, el veneno de las abejas (Apis mellifera), y ha mostrado efectos antitumorales en múltiples tipos de células cancerígenas, incluyendo las de los sistemas nervioso y respiratorio.

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Y gracias al péptido clorotoxina, procedente del veneno del escorpión Leiurus quinquestriatus hebraeus, se ha generado un agente fluorescente que detecta selectivamente el tejido maligno y que se emplea a tiempo real durante la resección quirúrgica de tumores, como en cirugías de cáncer de cerebro o de mama.

Actualmente también se está investigando el potencial de dos tipos de péptidos más contra el tipo de melanoma más común: uno conocido como Octpep-1, que proviene del del pulpo australiano Octopus Kaurna, y otros denominados gomesinas, hallados en el veneno de distintas especies de arañas.

Ingredientes en productos cosméticos

Pero el empleo de las toxinas no se limita únicamente al campo de la medicina: la industria cosmética también ha encontrado en ellas una fuente de innovación.

El veneno de abeja, mencionado previamente, actúa estimulando la producción de colágeno y elastina, lo cual ayuda a mejorar la firmeza y elasticidad de la piel. Por ello, se ha convertido en un ingrediente clave en numerosos productos antienvejecimiento.

Aunque el ejemplo más conocido de una toxina empleada en el mundo de la cosmética es el bótox, forma abreviada de “toxina botulínica”, una neurotoxina producida por la bacteria Clostridium botulinum. Se trata del mismo compuesto que causa un tipo de intoxicación alimentaria llamada botulismo pero que, en las cantidades óptimas, puede emplearse en dermatología gracias a su capacidad para inhibir contracciones musculares superficiales.

Un inmenso potencial

La historia de los venenos animales y sus aplicaciones en medicina es un recordatorio poderoso del vasto potencial que yace oculto en la naturaleza. ¿Encontraremos la próxima terapia contra el cáncer en la Fosa de las Marianas? ¿O quizás un nuevo tratamiento para el alzhéimer en el desierto de Namibia? Desde los tiempos de Paracelso hasta la actual investigación venómica, hemos aprendido que las toxinas, empleadas de forma específica y en rangos de concentración concretos, son herramientas con una gran capacidad terapéutica.

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En este viaje hacia el conocimiento es crucial recordar que las respuestas más valiosas a menudo emergen de los rincones más inesperados. Por tanto, no debemos temer a las toxinas, ya que como bien se dice, “el veneno está en la dosis”.


Este artículo fue finalista en la IV edición del certamen de divulgación joven organizado por la Fundación Lilly y The Conversation España.


Isabel Fernández Carrasco, Estudiante de doctorado en Biología, IMDEA ALIMENTACIÓN