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¿Por qué nos gustan unas palabras más que otras?

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Carmen Álvarez-Mayo, University of York

Cuando escuchamos otra lengua es probable que oigamos sonidos que no existen en la nuestra y que no podemos asociar con nada que hayamos escuchado anteriormente. Además, cuando oímos algo por primera vez, un sonido (fonema) diferente o una nueva palabra –incluso en nuestra lengua materna–, puede haber algo que nos cause placer, o todo lo contrario.

Generalmente, al utilizar palabras con las que estamos familiarizados es prácticamente imposible separar su forma de su significado. Por eso, en inglés palabras como “putrid” (podrido) o “disgusting” (asqueroso) llevan asociadas connotaciones negativas previamente asimiladas por nuestro subconsciente y por ello el significado tiene un papel clave.

Sin embargo, cuando aprendemos otro idioma nos encontramos con palabras nuevas, libres de asociaciones y connotaciones. Este fenómeno ha sido estudiado por investigadores en busca de lo que hace que una palabra resulte placentera o repugnante.

Desde pequeños, todos hemos estado en contacto con el lenguaje y la música, y todas las culturas tienen variedades locales de cada uno de ellos. Cada uno de nosotros percibe las palabras de diferentes maneras. La forma en la que nos relacionamos con ellas o si preferimos unas u otras depende en gran medida de la asociación que haya surgido a través de nuestras experiencias y el modo en el que las personas de nuestra comunidad las hayan usado.

El lingüista británico David Crystal ha investigado este tema, la fonoestética, el estudio de lo que hace que algunos sonidos sean hermosos, y ha observado que las palabras más populares llevan ligadas connotaciones positivas, lo cual no resulta nada sorprendente.

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No obstante, lo más interesante es ver lo que estas palabras tienen en común: dos o tres sílabas, vocales cortas y sonidos consonánticos fáciles de producir, como /l/, /s/ y /m/. Ninguno de estos sonidos requiere demasiada energía o esfuerzo en su pronunciación y además evocan tonos naturales y placenteros. Algunos ejemplos en palabras inglesas son: “autumn” (otoño), “melody” (melodía), “lullaby” (canción de cuna), “velvet” (terciopelo), “luminous” (luminoso), “tranquil” (tranquilo/a), “marigold” (caléndula), “whisper” (susurro), “gossamer” (telaraña), “caress” (acariciar).

‘Gossamer’, el material del que están hechas las telas de araña. Max Pixel, CC BY

Durante muchos siglos, la repetición de ciertos sonidos en el campo literario ha sido muy popular en la poesía, una figura a menudo utilizada como imitación de la naturaleza, para inspirar estados de ánimo y sentimientos. Palabras donde el fonema /s/ es el sonido principal, tanto en poemas ingleses como españoles, simbolizan el silbido del viento o el sonido del mar, y palabras con sonidos nasales como /m/ son suaves y relajantes, como un suave murmullo.

Separar el significado de las palabras

En inglés –en español y en cualquier otro idioma–, una misma palabra suena de manera distinta cuando la pronuncian hablantes de diferentes zonas, tanto de otros países donde se habla la misma lengua, como de otras partes del mismo país o región. La geografía no solo afecta al sonido sino también a su significado, como “close” en inglés, que típicamente describe proximidad y que también se utiliza en el norte de Inglaterra para describir ese calor húmedo que anuncia lluvia o tormenta.

Cuando escuchamos una palabra, nuestra manera de percibirla está influenciada no solo por la denotación sino también por la connotación. Por eso, las que asociamos con experiencias positivas nos resultan agradables. Sin embargo, el modo en el que éstas últimas afectan nuestras preferencias por unas palabras u otras varía a lo largo de nuestras vidas. Esto es algo de lo que he sido testigo con mis alumnos de español de Nivel A1 MCER, los principiantes, en estos últimos veinte años.

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Aprender un nuevo idioma nos presenta muchas palabras libres de connotaciones. Shutterstock

Cuando somos capaces de “conquistar” una palabra, ésta se convierte en algo que nos gusta decir y escuchar. Aquellos sonidos que al principio del curso a los estudiantes británicos les resultaban difíciles de pronunciar: /θ/, /x/, /ɲ/, la /r/ fuerte y /ʧ/, debido a que no son frecuentes o no existen en su lengua materna, se convierten en sonidos populares al final del curso.

Así experiencias nuevas y positivas contribuyen a fomentar un nuevo “cariño” por aquellas palabras que tenían consonantes complicadas como “esperanza”, “izquierda”, “agujetas” y “contraseña”.

También hay palabras que suponían un reto para mis alumnos al comienzo del curso y que han aprendido a manejar y pronunciar con seguridad unos meses más tarde, con ese orgullo que surge del conocimiento y el trabajo duro, sin tener en cuenta sus connotaciones. Un ejemplo verdaderamente notable es “desafortunadamente”, que tiene obvios matices negativos.

No obstante, es común que los estudiantes de otras lenguas experimenten disociación entre una palabra y su significado, algo que raramente experimentamos en nuestra lengua materna. Por ello, quienes hablan otra lengua son capaces de disfrutar las palabras por sí mismas, sin tener en cuenta sus connotaciones, pudiendo distanciarse de ellas incluso cuando ya las conocen.

Cuando les enseño pronunciación y entonación a mis alumnos de nivel inicial, uso “jeringuilla” –que para ellos es como si fuera un trabalenguas de una sola palabra– para representar y practicar los sonidos /x/ y /g/. Es un vocablo con todas las características apreciadas por nuestras mentes: sílabas que fluyen, sonidos vocálicos cortos, /n/ y /x/, un buen reto para los hablantes anglosajones.

Imagínense la cara que ponen cuando descubren lo que significa…