Ante una Europa vieja, cobarde y débil, Pedro Sánchez y España alzan la voz a favor del pueblo palestino

Europa asiste, aparentemente impasible, a la tragedia humana en Gaza. La Unión Europea, antaño adalid de los derechos humanos, hoy se muestra paralizada por la cobardía política: sus líderes tardaron semanas en ponerse de acuerdo para siquiera pedir “pausas humanitarias” en la guerra, limitándose a reiterar el derecho de Israel a defenderse y expresar una preocupación genérica por la población civil. Esa posición mínima –negociada con pinzas durante horas– dejó en evidencia las profundas divisiones internas del continente. Un puñado de gobiernos apoya incondicionalmente la campaña militar israelí (Alemania, Austria, Hungría, entre otros), mientras que otros, como España, Bélgica o Irlanda, claman por detener la masacre de palestinos; la mayoría opta por el silencio cómplice. El resultado: declaraciones vacías e inacción, una Europa débil incapaz de ejercer influencia real para frenar el baño de sangre.

Esa impotencia moral europea contrasta con su vigor en otras crisis. Muchos señalan la doble vara de Bruselas, que condena con vehemencia a Rusia por invadir Ucrania pero evita criticar a Israel por arrasar Gaza. La diferencia es indignante y socava la credibilidad occidental ante el resto del mundo. En octubre de 2023, cuando la Asamblea General de la ONU votó exigir un alto el fuego en Gaza, 120 países apoyaron la moción y solo 14 votaron “no”, entre ellos Estados Unidos e Israel. Sin embargo, Europa fue incapaz de unirse siquiera a ese clamor global: potencias de la UE como Alemania e Italia se abstuvieron, y aliados de Israel votaron en contra. En una cumbre europea de finales de octubre, solo España e Irlanda se atrevieron a pedir un alto el fuego inmediato, frente a la negativa o ambigüedad del resto. Finalmente, tras meses de discusiones semánticas, la UE apenas logró pedir una vaga “pausa humanitaria” –muy lejos de la demanda firme de detener los bombardeos–. La “Europa fortaleza” se reveló Europa cobarde.

Seis bebés mueren de hipotermia en Gaza por las bajas temperaturas y la falta de refugio

Esa brecha entre pueblos y gobiernos quedó patente en las calles de Europa. Mientras sus dirigentes dudaban, multitudes salieron a protestar en Londres, París, Madrid, Roma y Berlín exigiendo el fin de la masacre. Pancartas proclamando “Ceasefire Now” (Alto el fuego ya) o “Stop the genocide” se alzaron en capitales occidentales, reflejando la indignación popular ante la matanza de civiles palestinos. Sin embargo, los líderes europeos –en su mayoría de una vieja guardia timorata– parecieron más preocupados por no incomodar a Washington ni a Tel Aviv que por responder al sentir de sus ciudadanos. El resultado es una Europa envejecida y desacreditada, que ha capitulado ante Estados Unidos y renunciado a sus propios valores. Como denuncian analistas, esta pasividad hace a la UE cómplice de crímenes de guerra, limpieza étnica e incluso genocidio contra el pueblo palestino.

Lecciones no aprendidas: de la Biblia al Holocausto

La tragedia actual en Palestina no surge de la nada, sino de una larga historia de invasiones, colonización y sufrimiento no resuelto. Desde tiempos bíblicos, el territorio de Canaán (hoy Palestina) ha sido escenario de conquistas: según el Génesis, los antiguos israelitas reclamaron la “tierra prometida” expulsando a pueblos originarios, sentando un precedente de reivindicaciones por la fuerza. Siglos después, esa dinámica se repitió de forma dramática en el siglo XX. En 1948, tras el Holocausto nazi que aniquiló a seis millones de judíos, las potencias occidentales impulsaron la creación del Estado de Israel en territorio palestino –una decisión cargada de buenas intenciones pero funestas consecuencias–. Para los palestinos, 1948 fue la Nakba o “catástrofe”: más de 700.000 personas se convirtieron en refugiados en su propia tierra tras la guerra árabe-israelí que marcó el nacimiento de Israel. Aquello supuso “el fin de la libertad, los derechos y la igualdad para la población palestina”, con cientos de aldeas arrasadas y un pueblo entero condenado al exilio. Hasta hoy, las llaves oxidadas de aquellas casas perdidas pasan de generación en generación entre las familias palestinas desterradas, símbolo de una esperanza de retorno que la ocupación israelí sigue negando.

Lejos de remediar esa injusticia fundacional, las décadas siguientes trajeron nuevas ocupaciones y limpiezas étnicas. En 1967, Israel lanzó la fulminante Guerra de los Seis Días y ocupó militarmente Gaza, Cisjordania (incluida Jerusalén Este) y otros territorios árabes, provocando otros 300.000 desplazados palestinos adicionales. Desde entonces, la expansión de colonias israelíes ilegales ha fragmentado Cisjordania, y Gaza ha quedado convertida en un gueto bloqueado por tierra, mar y aire desde 2007. Los palestinos han sufrido masacres periódicas: por ejemplo, la ofensiva israelí de 2014 (Operación “Margen Protector”) mató a más de 2.200 residentes de Gaza, incluyendo 551 niños en solo 50 días. Cada pocos años, los bombardeos arrasan barrios enteros en la Franja, reforzando la sensación de vivir bajo un régimen de apartheid y asedio permanente.

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Resulta trágico e irónico que un Estado nacido del horror del Holocausto reproduzca patrones de violencia y deshumanización. Al pueblo judío casi lo borraron del mapa en el siglo XX; cabría esperar que Israel, de entre todas las naciones, jamás perpetrase crímenes similares contra otro pueblo. Sin embargo, la memoria del genocidio nazi no ha frenado a los gobiernos israelíes a la hora de oprimir brutalmente a los palestinos. Como señaló el presidente colombiano Gustavo Petro, las acciones del ejército israelí en Gaza recuerdan a las de la Alemania de Hitler –una comparación extrema pero compartida por quienes ven en la devastación de Gaza un genocidio en cámara lenta. Israel parece haber adoptado solo la lección de “nunca más ser víctimas”, pero no la de nunca convertirse en verdugos. Esta dolorosa paradoja corroe la autoridad moral de Israel y de sus aliados occidentales, que invocan el Holocausto para justificar un apoyo ciego a cualquier operación militar israelí, por devastadora que sea.

Tiktokers israelíes se mofan públicamente de los palestinos y la hambruna que les han provocado.

Naciones Unidas y Occidente: entre la impotencia y la complicidad

Si Europa ha lucido cobarde, la ONU se ha mostrado impotente ante la crisis. Una y otra vez, los esfuerzos en el Consejo de Seguridad para detener la violencia en Gaza chocaron con el mismo obstáculo: el veto de Estados Unidos. Washington bloqueó resoluciones que pedían alto el fuego o simples “pausas humanitarias” –llegando a tumbar un llamamiento moderado el 18 de octubre de 2023, incluso mientras el propio presidente Biden visitaba Israel–. Este patrón no es nuevo: EE.UU. ha vetado resoluciones críticas con Israel más de 45 veces desde 1972, más que cualquier otro miembro permanente del Consejo. De hecho, más de la mitad de todos los vetos estadounidenses en la ONU han sido para proteger a Israel, especialmente frente a condenas por la ocupación de territorios palestinos y el trato a su población. La superpotencia que proclama defender la legalidad internacional no duda en usar su poder para garantizar la impunidad de Israel, aunque ello signifique paralizar a Naciones Unidas.

más de la mitad de todos los vetos estadounidenses en la ONU han sido para proteger a Israel

El apoyo incondicional de Estados Unidos –militar, financiero y diplomático– le ha dado a Israel licencia para obrar sin rendir cuentas. Cada año, miles de millones de dólares en ayuda estadounidense fluyen hacia el ejército israelí, y en esta guerra Washington ha enviado armamento adicional y desplegado buques en apoyo tácito de la ofensiva. La diplomacia estadounidense, por su parte, se ha dedicado a diluir o demorar cualquier esfuerzo de la comunidad internacional para frenar la carnicería en Gaza, insistiendo en que “Israel tiene derecho a defenderse” mientras las bombas arrasan barrios enteros. Con su postura, EE.UU. no solo traiciona los principios de derechos humanos que dice abanderar, sino que arrastra a sus aliados occidentales a la complicidad. La Unión Europea, muy influenciada por la estrategia de Washington, se alinea con la política de doble rasero: dura contra los rivales geopolíticos (como Rusia), pero indulgente con las transgresiones de Israel. Como señala un informe reciente, factores como la “amnesia colonial”, la culpa histórica por la Shoah y la presión de lobbies proisraelíes, sumados al paraguas de seguridad de EE.UU., explican en gran medida la inacción europea ante los abusos israelíes. En efecto, Bruselas parece anteponer su alianza con Estados Unidos y con Israel a la defensa efectiva de la legalidad internacional en Palestina.

Frente a esta connivencia de Occidente, la mayoría del mundo ha tomado partido por los oprimidos. Países de África, Asia, Medio Oriente y América Latina han condenado rotundamente la ofensiva israelí. Potencias regionales como Brasil han calificado de “locura” la intentona de arrasar Gaza y clamado “¡Paren, por el amor de Dios, paren!” ante las matanzas de niños. En el mundo árabe-musulmán, incluso gobiernos antes discretos han alzado la voz; Turquía, Jordania, Egipto y otros han denunciado la “guerra de exterminio” contra los palestinos de Gaza. Y en América Latina, varias naciones dieron un paso más allá de las meras palabras: Bolivia rompió relaciones diplomáticas con Israel acusándolo de crímenes de guerra; Chile y Colombia retiraron a sus embajadores en señal de protesta, tildando de “inaceptables” las violaciones del derecho humanitario por parte israelí. “No apoyamos genocidas”, declaró sin ambages el presidente colombiano Gustavo Petro, comparando Gaza con un campo de concentración nazi. El mensaje desde el Sur Global es claro: para la conciencia mundial, Israel ha pasado de ser un Estado digno de simpatía por su pasado trágico a un Estado agresor que perpetra atrocidades intolerables. Occidente –con EE.UU. a la cabeza– queda cada vez más aislado moralmente en su defensa a ultranza de Israel.

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España rompe el silencio europeo en favor de Palestina

En medio de la tibieza general de Europa, España ha emergido como una voz firme de solidaridad con el pueblo palestino. Lejos de seguir el guion dictado por los aliados más poderosos, el Gobierno de Pedro Sánchez ha optado por alzar la voz, aunque ello suponga desafiar el consenso cómodo de Occidente. Desde el inicio de la guerra en Gaza (octubre de 2023), España condenó sin rodeos la respuesta indiscriminada del ejército israelí. Ya en aquellos primeros días Madrid tomó medidas inéditas: suspendió la exportación de material militar a Israel –un embargo de facto que pocos socios europeos se atrevieron a imitar–. Asimismo, el Ejecutivo español fue de los primeros en exigir un alto el fuego urgente para detener la catástrofe humanitaria, situándose junto a Irlanda a la vanguardia de la postura pro-palestina en la UE. Sánchez dejó clara la posición: “Una cosa es proteger tu país y otra muy distinta bombardear hospitales y matar de hambre a niños inocentes… Esto no es defenderse. Es exterminar a un pueblo indefenso. Es quebrantar todas las leyes del derecho humanitario”. Estas palabras, pronunciadas con la sobriedad de una declaración institucional, resonaron como un golpe de realidad moral en una Europa acostumbrada a los eufemismos.

España respaldó con hechos sus palabras. En foros internacionales, impulsó resoluciones de la ONU para exigir el cese permanente de las hostilidades y apoyó los intentos de llevar la situación ante la Justicia internacional (Corte Penal Internacional y Corte Internacional de Justicia). El gobierno español aumentó la ayuda humanitaria a Gaza siempre que fue posible, multiplicando las contribuciones a organismos como UNRWA. Incluso abogó por el reconocimiento internacional del Estado de Palestina, en un esfuerzo por reactivar la solución de los dos Estados que la propia Europa parecía haber olvidado. Pero el paso más contundente llegaría en septiembre de 2025, cuando Sánchez –ya investido de un renovado mandato– decidió que España debía hacer más para frenar el genocidio. En una comparecencia histórica, anunció nueve medidas adicionales “para detener el genocidio en Gaza y perseguir a sus ejecutores”. Por primera vez, un gran país occidental llamaba “genocidio” a lo que Israel estaba haciendo y tomaba acciones concretas en consecuencia.

Entre esas medidas, España consolidó legalmente el embargo total de armas a Israel, haciendo permanente la prohibición de vender o comprar armamento y municiones con destino al Estado israelí. Además, cerró sus puertos y espacio aéreo a cualquier transporte militar ligado a Israel, impidiendo así el reabastecimiento de las fuerzas que asedian Gaza. Se decretó la denegación de entrada al territorio español de personas involucradas en los crímenes de guerra en Gaza –es decir, potenciales responsables de la masacre, a quienes España señalará como personas non gratas–. Igualmente, el gobierno prohibió importar productos procedentes de los asentamientos israelíes ilegales en territorios palestinos ocupados, cortando vínculos económicos con la colonización. Junto a estas sanciones, España reforzó su apoyo al pueblo palestino: incrementó el envío de ayuda humanitaria, destinó fondos adicionales a hospitales en Gaza y amplió su colaboración con las autoridades palestinas en Cisjordania. En suma, un paquete de acciones sin precedentes en la UE, que convirtió a España en el referente europeo de la defensa de Palestina.

“Es un orgullo que un Estado que perpetra un genocidio nos prohíba la entrada”
Yolanda Díaz

La reacción a estas audaces iniciativas no se hizo esperar. Israel, acostumbrado a la impunidad internacional, montó en cólera: su canciller acusó al Gobierno español de “antisemita y corrupto” y anunció que vetaba la entrada en Israel de dos ministras españolas, entre ellas la vicepresidenta Yolanda Díaz. Pero lejos de achantarse, las autoridades españolas respondieron con dignidad y firmeza. “Es un orgullo que un Estado que perpetra un genocidio nos prohíba la entrada”, replicó Yolanda Díaz, dejando claro que España no daría marcha atrás en su defensa de los derechos humanos. Miembros de la coalición de gobierno celebraron que las medidas españolas “van en el camino acertado”, asumiendo con entereza el coste político de enfrentar a Israel. España había roto el tabú: demostró que, con voluntad política, es posible cuestionar las acciones de Israel sin ser “enemigo de Occidente”, que se puede ser europeo y al mismo tiempo solidario con Palestina.

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Es importante señalar que España no está sola en esta senda, aunque sí es el país grande que más lejos ha llegado. Otros gobiernos han empezado a admitir que la postura occidental tradicional es insostenible. Incluso Alemania –el aliado europeo más incondicional de Israel durante décadas– debió reconsiderar su posición ante la escala de la matanza. En agosto de 2025, Berlín (bajo un nuevo canciller) anunció la suspensión de exportaciones de armas que pudieran usarse en Gaza, algo impensable tiempo atrás dada la sacrosanta “razón de Estado” alemana de proteger a Israel. “Esa solidaridad incondicional se ha vuelto insostenible”, reconoció el propio gobierno alemán, aludiendo a que ya “no está claro cómo [la ofensiva israelí] alcanzará sus objetivos” y qué sentido tiene apoyarla. Que Alemania haya dado este paso evidencia la magnitud de la catástrofe en Gaza y la presión de la opinión pública, pero también la valentía de países como España, que marcaron el camino. Madrid adoptó antes que nadie medidas que hoy otros contemplan, rompiendo la inercia y obligando a Europa a mirarse al espejo.

Un israelita escupe la cruz cristiana en Jerusalén.

Conclusión: La dignidad frente a la cobardía

La postura de Pedro Sánchez y España en defensa del pueblo palestino representa un destello de dignidad en medio de una Europa ofuscada por el miedo y la indecisión. En vez de plegarse a la narrativa oficial de las potencias, España ha optado por los principios y la empatía: denunciar la injusticia aunque resulte incómodo, actuar donde otros solo hablan. Esto no es un gesto menor; es un golpe en la mesa moral que cuestiona la complacencia occidental. ¿De qué lado de la Historia quiere estar Europa? ¿Del lado de quienes miraron hacia otro lado mientras se masacraba a miles de civiles, o del lado de quienes alzaron la voz y trataron de frenar la barbarie? España, con todas sus limitaciones, ha escogido lo segundo, y ha mostrado que otro liderazgo europeo es posible.

Queda por ver si el resto de Europa seguirá esta senda valiente o persistirá en su decadente silencio. La “vieja” Europa, lastrada por sus culpas y cálculos, haría bien en escuchar a las nuevas voces que claman desde las calles y desde algunos gobiernos con conciencia. No se trata de estar “contra Israel” ni de negar su derecho a existir con seguridad, sino de afirmar los derechos del pueblo palestino a vivir, a no ser exterminado ni expulsado. Se trata de recordar que la justicia y la compasión son valores universales, no monedas de cambio geopolíticas. Hoy, cuando las bombas siguen cayendo sobre Gaza, el pueblo palestino necesita algo más que retórica vacía de la comunidad internacional: necesita acciones, necesita esperanza. España ha dado un paso al frente en nombre de esa esperanza, llamando a las cosas por su nombre –genocidio es genocidio– y tomando medidas concretas para pararlo. Ojalá su ejemplo cunda. Porque ante la crueldad y el sufrimiento extremos, no hay excusa para la cobardía. Europa debe recuperar su voz y su alma, y unirse al grito de “¡Nunca más!” que hoy resuena desde Gaza hasta Madrid. Solo así dejará de ser vieja, cobarde y débil, y podrá alzar la cabeza de nuevo, del lado de la justicia y la humanidad.