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No sea su asistente personal: deje que su hijo se equivoque

Amalia Gordóvil Merino, Profesora colaboradora de Psicología y psicóloga familiar en centro GRAT, UOC – Universitat Oberta de Catalunya

Chamille White / Shutterstock

Salir con el chico equivocado a los 15 y tropezar con la misma piedra a los 18 para terminar teniendo hijos con el mejor marido que una podía encontrar. O equivocarme también con el marido que escogí a los 27, separarme y aprender a los 52 qué quiero y qué merezco en una relación sentimental. O aceptar aquel trabajo en el que me dejé pisotear y me dejé también muchas horas extra y viernes por la noche para aprender por fin a poner límites, a valorar mi trabajo y a quererme un poco más.

Preguntar en el grupo de whatsapp de los padres qué deberes hay para mañana o si se sabe cuándo es el examen de matemáticas. O quizás no soy de las que preguntan, pero sí de las que leen, y entonces veo que hay que entregar tres ejercicios de inglés y aviso a mi hija para que los haga antes de que sea más tarde y esté cansada.

Coger el coche cuando ya llevo puesta la ropa de estar por casa para ir al colegio a buscar el libro de sociales porque mi hijo me dice llorando que mañana tiene examen. Estudiar con él hasta que se sabe el temario a la perfección y ayudarle en ese proyecto de tecnología que nos queda impresionante (quién me iba a decir que sería capaz de hacer un coche teledirigido yo, que soy de letras).

Abusar del “nosotros”

Y sin darnos cuenta (y qué grave es que no nos demos cuenta), incorporamos automáticamente el “nosotros” en lugar de la tercera persona del singular: “tenemos muchos deberes”, “no llegaremos al examen del miércoles” o “a este ritmo no nos vamos a sacar la ESO”.

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Todos estaremos de acuerdo en que no tendría ningún sentido abocar a nuestros hijos al sufrimiento y generar voluntariamente situaciones traumáticas. Pero tampoco lo tiene irse al polo opuesto: solucionar una y otra vez aquellas responsabilidades que no son nuestras, sino de ellos y ellas. Cuando caemos en esta actitud (la de secretario de nuestros hijos o la de chofer con servicio de 24 horas) les estamos haciendo un flaco favor.

Sobreprotección y falta de autocontrol

Un estudio sobre estrategias de autorregulación emocional concluye que la sobreprotección de los padres produce en mayor medida hijos con dificultades para regular sus emociones y autocontrolarse. Y tiene sentido: si como madre o padre soluciono cosas que debería solucionar mi hijo, él se va a acostumbrar a no hacerlo por sí solo y, por tanto, tampoco se va a saber ocupar de sus propias emociones ni de su comportamiento.

Y si los padres lo hacemos por ellos, van a depender en mayor medida de nosotros y va a haber un mayor riesgo de que esa dependencia emocional en la infancia se convierta en una dependencia emocional en la edad adulta. Parece coherente también que los autores de este mismo estudio refieran además dificultades académicas y sociales en la adolescencia como efecto de la sobreprotección parental.

Pensemos también en qué mensaje transmitimos a nuestros hijos cuando nos ocupamos sistemáticamente de sus responsabilidades: “Si tú te equivocas y yo me ocupo de repararlo doy por hecho que tú no eres capaz de hacerlo”. Y aunque no se lo digamos con palabras, lo estamos transmitiendo con nuestros hechos, y estos son sin duda los mensajes que más les llegan a los niños. Y cuando un niño incorpora el “no soy capaz”, no está desarrollando una buena autoestima.

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Cuando no hay tolerancia a la frustración

También debemos tener en cuenta que protegerles en exceso evita que desarrollen la tolerancia a la frustración, algo fundamental y necesario para la supervivencia emocional. Si no les acostumbramos a que vayan resolviendo pequeñas cosas en su día a día, no van a saber hacer frente a frustraciones que tarde o temprano llegarán.

Retrasar el momento en que salgan al mundo les va a provocar un mayor sufrimiento cuando lo hagan, porque no van a disponer de las estrategias de afrontamiento necesarias. Y así lo avalan investigaciones científicas como esta de investigadores japoneses, que concluye que la sobreprotección parental se relaciona con sintomatología depresiva en la edad adulta.

Aprender a modificar su conducta

Un factor de protección ante el desarrollo de enfermedades mentales es la capacidad de flexibilizarnos ante las situaciones que así lo requieren. Pero si no acompañamos a los más pequeños para que aprendan a tolerar su frustración, si no saben regular sus emociones, si tienden a depender de nosotros, si se sienten incapaces de hacer cosas por ellos mismos, ¿es posible que lleguen a aprender a ser flexibles y modificar su conducta cuando sea necesario?

Es cierto que algunas equivocaciones cometidas a lo largo de la vida nos han hecho llorar y nos han quitado horas de sueño. Pero también lo es que estas equivocaciones son parte de quienes fuimos y han ayudado a construir el quiénes somos hoy.

Ya lo decía el conocido psiquiatra Milton Erickson cuando recordaba cómo un bebé aprende a caminar: “La torpeza al procurar ponerse de pie y entrecruzársele los pies es la torpeza que todos experimentamos cuando intentamos aprender algo nuevo”. Aprendemos a caminar cayendo una y otra vez. Entonces, ¿por qué no permitir que nuestros hijos se equivoquen?

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