Cuál es la debilidad de las actuales democracias
Manuel Torres Aguilar, Universidad de Córdoba
La semana pasada leía algunos periódicos, en sus artículos de opinión y otros comentarios, que incidían en la negación del golpe de estado contra el gobierno constitucional y legítimo de la República en 1936. Todavía algunos hablaban de “perdedores” y negaban la mayor. Había resentimiento de quienes al parecer se consideraban del bando de los “ganadores”.
¿Ganadores? Perder, lo que se dice perder, perdieron todos, y por herencia perdimos todos.
Para dejarlo claro: desde 1932 una parte del ejército, la oligarquía terrateniente y un sector de la jerarquía eclesiástica estuvieron conspirando contra la República hasta que alcanzaron su propósito en una guerra civil innecesariamente prolongada con el fin de aplastar al contrario. Historiografía nacional y extranjera, apoyada en documentación de archivo y no en valoraciones subjetivas, lo ha acreditado a lo largo de muchas décadas de estudio.
Al hilo de ello, repasé las notas de un libro de hace tres años: Cómo mueren las democracias, cuyos autores son Steven Levistky y Daniel Ziblatt. En él se exponen algunos ejemplos de democracias que fenecieron, entre ellas la II República española. Una de las razones que apuntan los autores fue la polarización existente en la sociedad, en la que desde 1931 “la Iglesia, el ejército y la monarquía no otorgaban legitimidad a la nueva República”.
La reacción de una parte importante de la izquierda fue radicalizar su discurso, y unos y otros optaron por no considerarse rivales políticos sino enemigos. En esto creo que podemos estar todos de acuerdo, pero ello solo supone la constatación de un fracaso colectivo, que en ningún caso permite justificar la conspiración reiterada de un grupo de militares, con Sanjurjo a la cabeza, desde 1932 contra el poder democrático existente.
El pasado para entender el presente
Supongo que en España deberíamos tener ya suficiente madurez para aceptar al menos las claves elementales de la historia. Sin embargo, ahora está de moda justificar el golpe de estado y criminalizar a los que perdieron la guerra.
Sirva esta reflexión para ahondar en algunos planteamientos de estos politólogos norteamericanos sobre los peligros que se ciernen sobre cualquier democracia y que hoy están muy presentes.
1. Las alianzas peligrosas
Hitler, Mussolini y Chávez son solo tres ejemplos: accedieron al poder porque los políticos institucionales no supieron leer las señales de advertencia y les entregaron el poder directamente o les facilitaron el acceso al mismo.
Además de estos, hay otros políticos que no muestran su autoritarismo antes de ascender al poder, pero hay algunos indicadores para detectarlos. Son cuatro señales de advertencia que no deberíamos olvidar y que, si lo piensan, están hoy día presentes en bastantes políticos en España y en otros países europeos y no europeos.
- La primera es el débil apoyo o el rechazo a las reglas de juego democráticas, y van desde la negativa a cumplir el mandato constitucional en algunos de sus términos, hasta el apoyo a una intervención militar, pasando por la suspensión de elecciones, manifestaciones masivas para cambiar al gobierno, restricción de derechos, o la no aceptación de unos resultados electorales si les son desfavorables.
- La segunda es la negación de la legitimidad de los adversarios políticos: describen al adversario como subversivo o contrario a la constitución. El rival es una amenaza para la vida política. Afirman que incumple la ley o que es un peligro para la patria o sugieren que trabaja para gobiernos extranjeros.
- La tercera es la tolerancia o el fomento de la violencia: tienen lazos con bandas armadas o paramilitares, patrocinan el ataque violento al adversario, aprueban la violencia ejercida contra el contrario o se niegan a condenarla, elogian o justifican hechos violentos del pasado sean de su propio país o de otro.
- Y cuarta, la predisposición a restringir las libertades civiles de la oposición, incluidos los medios de comunicación. Proponen limitar libertades, controlar la información, restringir el derecho de expresión y manifestación y alaban medidas de este tipo adoptadas por otros en el presente o el pasado.
Para que un político tenga ese virus autoritario no hace falta que cumpla con todas estas señales, basta que tenga presentes algunas de ellas, el resto ya las irá adquiriendo y mostrando, sobre todo si tiene ocasión de ejercer el poder.
2. Pactar o no pactar con los líderes autoritarios
Ante estos políticos los partidos democráticos –plantean los autores– deben ser inflexibles y mantenerlos fuera de sus listas electorales o de las alianzas para el ejercicio de cualquier clase de gobierno. Tienen que ser capaces de no caer en la tentación de seguir su discurso y excluirlos, aunque pierdan votos. Recordemos las palabras de la canciller alemana Angela Merkel:
“Un liderazgo valiente comporta poner la democracia y al país por delante del partido y explicar al electorado lo que está en juego”.
3. Las constituciones no garantizan la democracia por sí solas
Las constituciones, por muy bien diseñadas que estén, no pueden por sí solas garantizar la democracia. Todas tienen lagunas, ambigüedades, ausencias que pueden ser aprovechadas para socavar la propia esencial constitucional. Es el sentido y la fe democráticos de sus actores y las reglas y usos no escritos los que garantizan el éxito de una democracia frente a las tentaciones del autoritarismo.
Abusar de las indefiniciones constitucionales o malinterpretar el sentido de sus normas para no cumplir mandatos que están en el espíritu de la constitución es un atentado contra la democracia. Es aferrarse a un resquicio legal para no facilitar la renovación de algunas instituciones del Estado, léase en el caso de España el poder del gobierno de los jueces y otros órganos jurisdiccionales.
4. Tolerancia y contención institucional
Hay dos reglas claves para que una democracia funcione y no se vea amenazada: la tolerancia mutua y la contención institucional. Por la primera se debe aceptar que el rival político tiene derecho a competir por el poder y a gobernar, es necesario aceptarlo como un adversario legítimo; considerar que es tan patriótico como nosotros y que cumple la ley igual que nosotros. Es necesario “acordar no estar de acuerdo”.
El rival no es el enemigo. La contención hace referencia a respetar el espíritu de la ley y no solo su letra. Tener conciencia de que la ley democrática no puede ser un impedimento para el funcionamiento de la división de poderes y el juego equilibrado de los mismos.
La contención institucional es no llevar las instituciones hasta el límite de impedir el gobierno legítimo del rival político, y también es impedir la aplicación de la norma hasta el límite de aplastar al opositor. Todos juegan a ganar, pero debe hacerse con contención, o en otro caso el contrario abandonará la partida y tratará de romper el tablero.
La democracia es, básicamente, aceptar que el adversario tiene otro punto de vista tan legítimo como el propio, aunque el nuestro creamos que es mejor, pero si gana el rival habrá que aceptarlo en buena lid y no mancillar día sí y día también su victoria diciendo que es un gobierno ilegítimo, felón o traidor.