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Es bueno que la pandemia nos haga sentir inseguros

brain. CC BY-NC

María del Carmen Pérez-Fuentes, Universidad de Almería; José Jesús Gázquez Linares, Universidad de Almería y María del Mar Molero Jurado, Universidad de Almería

Solemos vivir como si nada pudiera perturbar nuestras apacibles rutinas. Casi como si tuviéramos el timón de nuestra existencia agarrado con las dos manos. Todo bien, todo tranquilo… hasta que un acontecimiento nos sorprende. ¿Cómo? Con algo que nos quita el sueño: cambios. El mejor ejemplo lo tenemos muy reciente: una pandemia.

Mucho se ha hablado sobre la zona de confort, con especial insistencia de terceros en que salgamos de ahí. Y no es que estuviéramos distraídos por el bienestar, ni mucho menos. Más bien andábamos controlando el timón con una sola mano. Cómodos, despreocupados, en ocasiones egocéntricos. En cierto modo, indolentes ante cualquier oportunidad de evolucionar, de transformar. Más si cabe cuando es necesario un cambio en nuestros hábitos. Cambiar un patrón que hasta el momento, al menos subjetivamente, nos había funcionado tan bien.

¿Para qué cambiar si me va bien?

Vamos a expresarlo a modo de titular: el ser humano, en ocasiones, se comporta como un kamikaze de su propia evolución. Lejos de atentar contra la visión positiva de la motivación humana, parece que optamos por quitarle importancia a los beneficios que nos puede aportar afrontar el cambio como una oportunidad de mejora (ganancia), sobrestimando el esfuerzo que puede llevar asociado tal cometido (gasto).

De esto saben mucho los estudiosos del razonamiento humano, plagado de sesgos que lo alejan de los límites de la lógica más formal. Nos envuelven con sentimientos de miedo, porque los cambios no siempre son para mejor.

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Volviendo a la cuestión del cambio, imaginemos una conversación de café con Einstein (en una terraza, con mascarilla y distancia de seguridad). Le planteamos nuestra inquietud al respecto: ¿para qué cambiar si me va bien? A lo que nos responde con una de sus frases míticas: “Debes estar dispuesto a renunciar a lo que eres con el fin de convertirte en lo que serás”.

En otras palabras, se trata de apostar por la ganancia, a sabiendas de que el coste no es una pérdida. Es más bien un proceso, una transformación, un aprendizaje.

Vale, supongamos que decido afrontar el cambio ¿ahora qué?

De acuerdo, ahora estamos ante una de esas preguntas que no conducen a una respuesta, sino a otros tantos interrogantes. Entonces, ¿tenemos un problema? En realidad, no. Lo más difícil lo hemos superado. Nos quedan solo los límites que nosotros mismos ponemos. Véase al kamikaze que continúa en la dirección contraria o aquel que, embriagado de confort, controla el timón con una sola mano.

Pero, ¿qué ocurre cuando el cambio obedece a circunstancias que escapan de nuestro control? Pongamos que hablamos de una pandemia… En estos casos, se ha observado que es la percepción de amenaza lo que se anticipa, a modo de avanzadilla). De ese modo, va minando nuestra seguridad, incluso nuestra salud mental.

Recientemente, se han obtenido datos científicos que estudian la percepción de amenaza ante la COVID-19). Concretamente, se ha visto que tiene efectos sobre síntomas somáticos, ansiedad e insomnio, disfunción social y depresión. Entonces, antes de plantar el olivo, ¿estaríamos preparando la aceitera? Quizás, simplemente, nos afanamos en arar la tierra oportunamente para la siembra.

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Como seres humanos, necesitamos digerir las cosas que nos pasan. Esto es un proceso inherente al cambio. Cuántas veces habremos oído decir eso de “Tienes que ser positivo”. Que, como discurso motivacional al uso, está bien. Pero, por favor, huyamos del optimismo ingenuo e ilusorio, porque adormece la alerta. Una alerta necesaria para reajustar, tomar decisiones y dar respuestas adaptativas ante los cambios.

Emocional o cognitivo-conductual

No somos el protagonista de una conocida serie, que lanza una moneda al aire cuando debe tomar una decisión. Aunque tampoco sería el caso. Porque en la capacidad de adaptación al cambio necesitamos echar mano de ambas caras de la moneda.

Una cara es emocional, relacionada con la angustia y el malestar que pueden aparecer ante los cambios. Y una cara cognitivo-conductual, relacionada con la capacidad para controlar, gestionar y actuar ante distintas situaciones).

Las emociones nos acompañan y forman parte del proceso cuando tomamos decisiones. Por tanto, influyen en las acciones que finalmente llevamos a cabo.

Así, a falta de receta universal, hacemos algunas sugerencias para una adaptación saludable:

  1. Aceptar lo desconocido como una oportunidad. Un reto para mejorar.
  2. Enfrentar los cambios de frente, sin miedo. Manejar el timón con ambas manos.
  3. Saber reconocer las emociones y cómo nos pueden ayudar.
  4. Pensar de forma abierta. Dejar hueco libre a nuevas alternativas.
  5. Mantener el estado de alerta. Tener claro qué es lo que podemos controlar y lo que no. Aquello que no controlamos, no debería preocuparnos.

Por tanto, ¿qué tal si nos saltamos el lanzamiento de moneda? En su lugar, ¡podemos hacerla girar! Que nos muestre todas las opciones posibles. Nuestras virtudes y fortalezas, pero también las debilidades. De ese modo, podemos afrontar el cambio con un optimismo realista.