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Globalización financiera, fragmentación política

Maddas / Shutterstock

Juan Díez Nicolás, Universidad Camilo José Cela

En mi discurso de entrada en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas (La Globalización: El proceso de Expansión de los Sistemas Sociales) señalé que la globalización es un proceso que comenzó desde el principio de la humanidad. Desde las cavernas, los seres humanos han sobrevivido como especie colectivamente.

Mientras que las plantas y los animales se adaptan al medio a través de la herencia genética, los seres humanos lo hacen mediante la cultura material (tecnología) o no material (formas de organización social y sistemas de valores).

Para sobrevivir, toda comunidad humana ha desarrollado un conjunto de formas de organización social, pero hay dos que siempre están presentes en cualquier comunidad humana: la económica y la política.

El hombre tecnológico se hace dueño de los recursos

La organización económica establece qué recursos se producen y cómo se distribuyen a todos los individuos de la comunidad, y la organización política define las normas que regulan todas las actividades y relaciones sociales, imponiendo recompensas y sanciones por ajustarse o no a ellas.

La tecnología, mediante la innovación en los medios de transporte y las vías de comunicación, ha permitido ampliar continuamente el medio ambiente humano, primero natural y luego social.

La reducción del coste y el tiempo de los desplazamientos (eliminando así el inconveniente de la distancia) ha permitido incrementar los recursos disponibles, de manera que las comunidades humanas han podido aumentar de tamaño a lo largo de los tiempos.

Así, han evolucionado desde los pequeños grupos nómadas hasta los modernos Estados nacionales y organizaciones supranacionales, lo cual ha conducido a cambios adaptativos de las organizaciones políticas y económicas.

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Función clave: el marcador del estado de la cuestión

La globalización ha implicado estructuras económicas y políticas con más población y recursos, y con tecnologías y formas de organización más elaboradas. Pero, en cualquier momento histórico, siempre ha habido una función, a la que se puede denominar función clave, que ha condicionado la existencia y funcionamiento de las otras funciones.

En los pueblos nómadas esa función clave fue la obtención de recursos; en las sociedades sedentarias, lo fue la agricultura; más tarde el comercio, luego la industria, pero en la actualidad, la función clave, sin duda, es la función financiera.

Capitalismo financiero: sin territorio pero con poder global

En 1992, el historiador estadounidense Fukuyama defendió que, con el triunfo de la economía de libre mercado y la democracia parlamentaria, tras la caída de la URSS, acababa la Historia. El mundo había llegado, o aspiraba a llegar, a unas formas de organización económica y política definitivas y únicas.

Pero la historia continuó, Fukuyama matizó su tesis, y tanto la economía de libre mercado como la democracia parlamentaria están siendo ahora fuertemente cuestionadas y en proceso de revisión.

En la actualidad, el capitalismo financiero, sucesor del capitalismo industrial, es el único poder global mundial no sujeto a ningún territorio ni a ningún poder político concreto. Por el contrario, la organización política sigue muy vinculada al Estado nacional y, por tanto, a un territorio físico.

Una globalización política menguante

En las últimas décadas parecía que se avanzaba hacia la globalización política, a través de organizaciones supranacionales como la UE, el NAFTA, la OTAN o la ONU. Sin embargo, cualquiera de ellas está muy lejos de tener los recursos y el poder que ostenta el capitalismo financiero internacional.

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De hecho, el NAFTA fue perdiendo gradualmente su importancia y ha dado paso a un nuevo tratado, menos ambicioso. Por su parte, la Unión Europea ha estado en una permanente crisis de baja intensidad desde Maastricht y la adopción del euro, pasando por la gran recesión de 2008 y ahora con el Brexit y la COVID-19.

Además, las nuevas reivindicaciones regionales independentistas, posteriores a la crisis de 2008, amenazan con incrementar el número de Estados y reducir la globalización política.

La globalización financiera-económica gana músculo

La globalización económica ha continuado su desarrollo y evolución, concentrando el poder en grandes grupos financieros. Por ejemplo, aunque hay cientos de miles de entidades bancarias en el mundo, solo 28 bancos internacionales tienen conjuntamente el 90% de los activos financieros (Marcelo Justo, BBC Mundo, 2016).

Durante la crisis de 2008 los países “salvaron” sus grandes bancos a costa de entidades financieras menores. En España, las cajas de ahorro fueron las grandes damnificadas del sector.

También los ciudadanos sufrieron graves recortes en los beneficios sociales logrados en las décadas precedentes con el estado de bienestar.

El proyecto europeo, en riesgo

La gran recesión casi acaba con la Unión Europea: Grecia tuvo que ser rescatada in extremis, y países como Irlanda, Portugal, Italia y España sufrieron grandes recortes y sacrificios colectivos.

La amenaza a la supervivencia de la Unión Europea ha aumentado con la crisis de la COVID-19, que ha confinado a la gente en sus casas, que está incrementando el paro en todos los países, y que ha paralizado en gran medida las economías nacionales. También el Brexit y una vuelta al proteccionismo y a los estados nacionales son factores de riesgo.

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Globalización financiera, fragmentación política

La globalización política sigue estancada, con más de 200 estados nacionales que se consideran soberanos, mientras el capitalismo financiero no conoce fronteras nacionales. Y está en riesgo la única unidad supranacional importante, la Unión Europea.

La globalización financiera continúa creciendo y es probable que, pasada la crisis de la COVID-19, los grandes grupos financieros internacionales vuelvan a crecer a costa de los más pequeños, que serán absorbidos o eliminados.

El globalizado capitalismo financiero no tiene un contrapeso en el ámbito político que mantenga el equilibrio. Se ha roto el binomio tradicional de un poder económico basado en el capitalismo industrial, y vinculado generalmente a un territorio, y un poder político basado en el Estado.

Si esto es algo casual o intencionado posiblemente lo sabremos en un próximo futuro, pero no es el objetivo de este breve artículo.