Los planes arquitectónicos de Donald Trump demuestran que la antigua Roma sigue estando de moda

Los planes arquitectónicos de Donald Trump demuestran que la antigua Roma sigue estando de moda
Donald Trump en el Despacho Oval de la Casa Blanca con una maqueta de la ampliación de la Casa Blanca y el nuevo arco del triunfo que quiere construir en Washington. White House, CC BY

Israel Campos Méndez, Universidad de Las Palmas de Gran Canaria

Cuando en el año 54 a. e. c. Julio César todavía no había terminado de conquistar toda la Galia (Francia), ya había proyectado que la mejor forma de asegurarse un lugar en la posteridad debía ser invertir en obra pública. Llevaba cinco años de guerra contra los galos y veía que el final se encontraba cerca. Por ese motivo, consiguió que se autorizara el inicio de la muy necesaria ampliación del foro romano, por medio de la construcción de lo que acabaría llamándose el Foro Julio. De esta forma, el centro político de Roma, donde tenían lugar las asambleas del pueblo y estaban presentes los edificios públicos más importantes, tendría un nuevo espacio de expansión.

La guerra civil que se inicia entre César y sus rivales políticos en Roma y lo grande de la empresa provocaron que hasta el año 46 a. e. c. el Foro Julio no pudiera ser inaugurado de forma oficial. En él se dispuso una enorme plaza rectangular para alojar una estatua ecuestre de César. Además, había un lugar primordial para un templo dedicado a la diosa romana Venus Generatrix, de quien la familia Julia se consideraba descendiente. Se completaba el espacio con un comicio para las reuniones públicas y una zona de mercados y tabernas para el entretenimiento de la población.

Foro de Julio en Roma.
Foro Julio en Roma. Viacheslav Lopatin/Shutterstock

Las funciones prácticas de uso estaban aseguradas, pero no podemos ignorar cuál era la intencionalidad que había detrás de esta construcción. Se trataba de un ejercicio de demostración de poder iniciado cuando el pulso contra Pompeyo el Grande, su principal rival político, y el sector conservador del senado romano empezaba a barruntar un futuro enfrentamiento militar.

Al mismo tiempo, se convirtió en el escenario perfecto donde terminar de confirmar su triunfo, no solo en las guerras contra los galos, sino, principalmente, la victoria contra Pompeyo en la ciudad griega de Farsalia y las demás batallas importantes que tuvieron lugar entre los años 49 y 45 a. e. c. de guerra civil y que abarcaron África y la península ibérica.

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Las construcciones en la antigua Roma

César no fue el único gobernante romano en entender la importancia de la construcción de edificios que no solo resolvían necesidades públicas, sino que funcionaban como escaparate de sus propios logros personales o el ejercicio personalista del poder.

De hecho, durante la época de la república se esperaba de los magistrados que invirtieran parte de su capital en un ejercicio de generosidad cívica. De esta forma se revertían sobre la ciudad los beneficios económicos que obtenían desde sus puestos de poder político.

Sin embargo, a partir de la instauración del imperio, desde Augusto en adelante, los emperadores entendieron que su poder también se reflejaba en la capacidad para dejar su impronta urbana a través de la construcción de edificios que actuasen como una gran pintada que dijera: “Fulanito estuvo aquí”. El complejo palaciego de la Domus Aurea (literalmente “Casa de Oro”) fue construido para satisfacer la megalomanía de Nerón en esa misma línea. Posteriormente en el área que ocupaba se construyó el Coliseo.

Pasión histórica por la Antigüedad

Ha quedado por tanto asumida, dentro del imaginario colectivo occidental, la idea de que propaganda y ostentación encuentran en el mundo romano un lugar donde inspirarse.

Los grandes palacios, teatros o iglesias de los siglos XVII al XIX reproducían los esquemas constructivos del clasicismo. El monumento nacional a Víctor Manuel II –también conocido como Altare della Patria– a los pies del Capitolio de Roma es una imitación del famoso “Altar de Pérgamo”. El Imperio napoleónico utilizó el arco del triunfo romano como elemento de celebración de las victorias militares –como muestra el que se encuentra en París–.

Maqueta del diseño de una ciudad.
Maqueta del diseño de Berlín según los planos del arquitecto nazi Albert Speer. Bundesarchiv, Bild 146III-373, CC BY-SA

Y en el siglo XX, las dictaduras personalistas fascistas miraron también a la Antigüedad para generar los instrumentos visuales con los que transmitir la grandeza y el triunfalismo. De esta forma, su arquitectura utilizó la retórica de la grandeza del pasado clásico como un vehículo para glorificar el poder y la estabilidad del régimen. Mussolini encargó el “Palazzo della Civiltà Italiana” como un nuevo coliseo rectangular. Y la maqueta del proyecto de Hitler para Berlín evocaba una nueva Roma.

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Imperio llama a Imperio

En estos días, ha llamado la atención un nuevo ejemplo de cómo dicha cultura sigue siendo referente para la transmisión de estos propósitos. El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, proyecta construir un enorme arco del triunfo en la ciudad de Washington con motivo de la conmemoración del 250 aniversario de la independencia de este país.

Estados Unidos es un territorio que no tiene un pasado vinculado con la huella del Imperio romano. Por eso, resulta enormemente llamativo comprobar cómo está plagado de recreaciones arquitectónicas que buscan entroncar directamente con este pasado. Cuando se construyeron la mayoría de ellos –pensemos en el Capitolio, el obelisco del Monumento a Washington, el Lincoln Memorial, etc.– se podía entender que la antigüedad clásica estuviera ejerciendo aún una influencia destacable en el modelo político y de propaganda. Sin embargo, en el momento actual, cualquier evocación directa a símbolos arquitectónicos de un pasado remoto nos parece un tanto paradójica.

La razón podría ser que en estos tiempos el gobierno conservador norteamericano está interesado en romper con cualquier “modernidad” y buscar en los “modelos tradicionales” la recuperación de una época dorada perdida. La remodelación del ala este de la Casa Blanca, cuya construcción anterior tenía una clara evocación neoclásica, se ha proyectado como un enorme salón de baile. Si nos fiamos de los planos difundidos, reproducen el interior de una basílica romana cargada de columnas corintias y rosetones en el techo. El proyecto del arco del triunfo está coronado también por una enorme estatua de lo que debe ser una diosa alada de la victoria.

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Un hombre sujeta una foto de un salón dorado y explica algo ante otros hombres sentados alrededor.
Donald Trump muestra la maqueta de su nuevo proyecto de Casa Blanca y una imagen de cómo será el salón de baile en una reunión con el secretario de la OTAN Mark Rutte. White House, CC BY

Esto confirma que los modelos icónicos procedentes del mundo romano antiguo están dando forma a programas propagandísticos. Pero se trata de un uso que queda separado de los valores arquitectónicos intrínsecos de los edificios tomados como referentes. Después de todo, las basílicas en la antigua Roma eran espacios públicos pensados para que los magistrados pudieran impartir justicia y la población desarrollara sus negocios protegida de las inclemencias del tiempo. Lo único que pervive en su diseño actual es la utilización interesada de una idea de ese imperio que todavía sirve para lanzar un determinado discurso.

Porque lo que evoque a la grandeza de Roma continúa siendo percibido como sinónimo de grandeza actual. Después de todo, esa época es el espejo donde nos seguimos mirando.



Israel Campos Méndez, Profesor Titular de Historia Antigua, Universidad de Las Palmas de Gran Canaria

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.