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Todo lo que debemos saber sobre el cannabidiol

Shutterstock / Tinnakorn jorruang

Antoni Gual Solé, Universitat de Barcelona y Hugo López Pelayo, Institut d’Investigacions Biomèdiques August Pi Sunyer – Hospital Clínic Barcelona / IDIBAPS

Dos años atrás, la madre de un paciente que padecía simultáneamente una esquizofrenia y una adicción al cannabis buscaba desesperadamente marihuana rica en Cannabidiol (CBD). Sabía que uno de los componentes del cannabis, el Tetra-hidro-cannabinol (THC), empeoraba la psicosis que afectaba a su hijo y había leído que el CBD podía tener un cierto efecto protector.

La única información que pudimos darle fue que, según nuestras investigaciones, la marihuana que se vendía en Barcelona en el año 2017 tenía 7 mg de THC y 3 mg de CDB por cigarrillo. En cambio, el hachís circulante tenía tan solo trazas de CBD y 7 mg de THC.

Seguramente esa madre estará contenta de que la Comisión de Narcóticos de las Naciones Unidas haya decidido recientemente reclasificar los derivados cannábicos. Esa reclasificación no legaliza el cannabis, pero facilita la investigación médica sobre los posibles efectos terapéuticos del CBD. En los últimos años se han sucedido múltiples estudios (no siempre rigurosos) sugiriendo posibles aplicaciones terapéuticas del CBD.

No es casualidad que la popularidad del CBD vaya aparejada a la progresiva legalización del cannabis en el mundo occidental. En todas las drogas ‘legales’ (como el alcohol o el tabaco) existe un marketing interesado en exaltar sus supuestos beneficios, a menudo con poca base científica.

A título de ejemplo, el resveratrol es un antioxidante presente en el vino tinto cuyos efectos beneficiosos se han ensalzado hasta la saciedad. Pero no se ha mencionado que para tomar una dosis efectiva de esta sustancia deberíamos beber hasta alcanzar el coma etílico.

La cannabis es una planta con más de 2 500 variedades. En su composición encontramos más de 500 compuestos y entre ellos, más de 100 cannabinoides. Aquí encontramos el THC, responsable principal de la neurotoxicidad, y el CBD, que analizaremos con más detalle en las líneas que siguen.

Qué es el CBD

El CBD es un cannabinoide muy parecido al THC, pero sin propiedades psicotrópicas. Entre sus efectos secundarios destaca la diarrea, falta de apetito, somnolencia y sedación, aunque estos últimos probablemente estén relacionados con interacciones farmacológicas con medicación.

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Uno de los efectos terapéuticos contrastados del CBD se da en el tratamiento de formas especialmente difíciles de epilepsia infantil. Un metanálisis reciente con una muestra de 550 niños demostró que los que seguían tratamiento con CBD tenían un 20 % menos de crisis epilépticas. Estos resultados no se pueden generalizar a todo tipo de epilepsias y ni tan siquiera a todo tipo de convulsiones en la infancia.

Existen al menos tres ámbitos más donde se está explorando la posible utilidad del CBD, aunque la evidencia sea menos consistente: el dolor crónico, la salud mental y las neoplasias. Vamos a repasarlos a continuación.

Usos terapéuticos del CBD

El uso del cannabis para aliviar el dolor se ha preconizado desde la antigüedad. No obstante, los datos científicos muestran que no es la mejor alternativa terapéutica cuando valoramos pros y contras.

Uno de los problemas para evaluar la eficacia del CBD en el tratamiento del dolor es que la mayoría de estudios utilizan preparados que contienen CBD y THC en proporciones idénticas, con los riesgos de toxicidad que ello supone.

Los datos disponibles hasta la fecha son sorprendentes. En estudios bien diseñados, CBD ha mostrado efectividad para controlar el dolor en fibromialgia, trasplante renal, esclerosis múltiple y lesión medular. En cambio, los resultados han sido negativos para la enfermedad de Crohn y el dolor crónico generalizado.

En el ámbito de la salud mental, se ha promovido el uso del CBD para el tratamiento de los trastornos depresivos y del estado de ánimo, así como en el abordaje de las adicciones.

Lamentablemente, las revisiones sistemáticas publicadas en los últimos dos años llegan a la conclusión de que no existe evidencia consistente para justificar su utilización en patologías como la depresión, el trastorno bipolar y la esquizofrenia. Un aspecto interesante, pero todavía poco estudiado, es su posible utilización en el tratamiento de la adicción al cannabis.

Finalmente, el CBD también se está estudiando como posible agente antineoplásico, aunque en este caso las investigaciones se sitúan en niveles más preliminares y no existe ninguna evidencia contrastada en humanos.

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En el laboratorio, no obstante, sí se ha observado un efecto positivo del CBD en cultivos celulares de cáncer de hígado, próstata y mama, aunque los mecanismos de acción están todavía por confirmar y su traslado a la clínica no parece próxima.

A pesar de que, como acabamos de ver, la evidencia científica sobre los supuestos beneficios del CBD es mas bien limitada, ello no ha sido obstáculo para que en los últimos años haya crecido su popularidad enormemente. Explicar ese fenómeno, también es importante.

Por qué se está popularizando el CBD

Para entender la buena prensa de la que goza el CBD es necesario analizar las circunstancias sociales y económicas ligadas al negocio del cannabis. En el proceso de progresiva normalización del uso de derivados cannábicos en el mundo occidental, juegan un papel importante los actores que aspiran a obtener un gran beneficio económico en ese nuevo marco.

La industria del cannabis lleva años intentando mejorar la percepción social de la marihuana. La presencia en sus productos de una substancia no adictiva y con un potencial terapéutico constituye una potente arma de marketing. Y no se olvidan de aprovecharla al máximo.

El CBD se vende ahora en cremas corporales, sueros y refrescos y está “inundando”, en palabras de Isabella Kwai, la industria del bienestar. Hasta el punto que se estima que para el 2025 su facturación en Estados Unidos alcance los 16 000 millones de dólares.

Al igual que sucede con el alcohol –y sucedió antes con el tabaco– los altavoces para propagar informaciones sobre supuestos efectos beneficiosos del cannabis son más potentes que los que advierten sobre sus riesgos.

No es oro todo lo que reluce

Si nos sustraemos de esta presión y nos centramos en lo que realmente sabemos, el CBD es una sustancia prometedora, con pocos efectos secundarios y que puede ser de utilidad en el tratamiento de algunas enfermedades.

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Del mismo modo que reconocer la morfina como un fármaco muy útil no significa validar el uso de heroína, la utilidad terapéutica del CBD no debe implicar un cambio de posición frente a los derivados cannábicos en general.

No debemos olvidar que cuando se consume marihuana u otros derivados cannábicos, además de CBD se consumen otros cannabinoides con una neurotoxicidad ampliamente demostrada.

Productos con CBD, a examen

Volviendo al principio del artículo, cuando la madre del paciente buscaba CBD en el mercado difícilmente sabía con qué se iba a encontrar. Al ser un producto sin aprobación sanitaria existe un escaso control de calidad con la consecuente discrepancia entre la etiqueta y el contenido real.

Por ejemplo, la agencia americana del medicamento y la alimentación (FDA) encontró que muchos productos que se venden como CBD contienen poco o nada de este principio activo.

En Holanda, hace 3 años, se analizaron 8 productos etiquetados como CBD y, de ellos, únicamente 4 presentaban una variabilidad inferior al 10 % entre lo que ponía la etiqueta y lo que realmente era. Uno de ellos incluso llegaba a contener un 98 % menos de CBD de lo que anunciaba.

Aunque no es lo habitual, también se pueden encontrar productos que contienen THC en cantidades superiores a lo recomendado o incluso que incluya cannabinoides sintéticos que son mucho más potentes que el THC.

En definitiva, saber la dosis de CBD que realmente se está tomando puede ser todo un reto y una auténtica complicación si lo que se quiere hacer es un tratamiento. La única excepción es el fármaco aprobado por la agencia española del medicamento y productos sanitarios para el tratamiento de la epilepsia refractaria infantil.