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La penosa verdad sobre el “modelo sueco”

HANS BERGSTROM

ESTOCOLMO – ¿La decisión de Suecia de rechazar un aislamiento nacional ofrece una manera distinta de combatir el COVID-19 manteniendo a la vez una sociedad abierta? La respuesta poco ortodoxa del país al coronavirus es popular fronteras adentro y ha recibido elogios en algunos lugares del mundo. Pero también ha contribuido a una de las tasas más altas de mortalidad por COVID-19 del mundo, superando la de Estados Unidos.

En Estocolmo, los bares y restaurantes están llenos de gente que disfruta del sol de primavera después de un invierno largo y oscuro. Las escuelas y los gimnasios están abiertos. Las autoridades suecas han ofrecido consejos de salud pública, pero han impuesto pocas sanciones. Ningún lineamiento oficial recomienda que la gente use máscaras.

Durante las primeras etapas de la pandemia, el gobierno y la mayoría de los analistas abrazaron orgullosamente este “modelo sueco”, diciendo que estaba construido sobre los niveles singularmente altos de “confianza” de los suecos en las instituciones y entre sí. El primer ministro Stefan Löfven insistió en apelar a la autodisciplina de los suecos, con la esperanza de que actuaran de manera responsable sin necesitar órdenes de las autoridades.

Según la Encuesta Mundial de Valores, los suecos efectivamente tienden a manifestar una combinación única de confianza en las instituciones públicas y de individualismo extremo. Como ha señalado el sociólogo Lars Trägårdh, cada sueco lleva su propio policía sobre el hombro.

Pero no malinterpretemos la causalidad. El gobierno no diseñó conscientemente un modelo sueco para confrontar la pandemia en base a la confianza en la sensación arraigada de responsabilidad cívica de la población. Más bien, las acciones fueron diseñadas por burócratas y defendidas, con posterioridad, como prueba de la virtud sueca. 

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