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Acuerdo de reconstrucción europeo: para tapar algunos agujeros, pero para poco más

Juan Carlos Martínez Lázaro, Profesor de Economía, IE University

El presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, durante una de las jornadas del Consejo Europeo extraordinario. Pool Moncloa/Fernando Calvo y Pool Consejo Europeo

De hito histórico, como poco, ha sido calificado el acuerdo alcanzado por los líderes europeos en la madrugada del lunes.

La importante cuantía del fondo de recuperación, el hecho de que más de la mitad del mismo vaya a distribuirse en transferencias y que se vaya a financiar con emisiones de deuda de la CE, hacen pensar que cualquier valoración positiva se puede quedar corta.

Sin duda, es un gran paso para la Unión Europea en un momento muy difícil, cuando sus economías se enfrentan al mayor impacto económico desde la Segunda Guerra Mundial, y cuando aún no sabemos cuáles serán los efectos reales del Brexit.

El que las instituciones y líderes europeos hayan actuado con rapidez y no hayan caído en los mismos errores que se cometieron durante la pasada crisis financiera, ponen de manifiesto que parece que algo se ha aprendido.

Además, también el BCE se puso las pilas al principio de los confinamientos y, con toda su artillería, ha evitado la repetición de un nuevo episodio de crisis de deuda soberana.

Lluvia de millones

En lo tocante a España, también hay motivos para estar satisfechos. Es verdad, que el plan inicial que presentó la Comisión se ha descafeinado un poco durante las negociaciones, pero parece que el total de fondos que recibirá el Estado español entre transferencias y créditos, unos 140 000 millones de euros, es parecido a lo inicialmente previsto. Además, la existencia de cierta condicionalidad asegura que el destino de los fondos será el adecuado y que el Gobierno deberá mantener cierta ortodoxia económica y presupuestaria.

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La llegada de una parte de esos fondos durante 2021 permitirá que el Gobierno diseñe unos presupuestos para el próximo ejercicio más expansivos de lo inicialmente previsto, posibilitando un mayor rebote de la economía española al tiempo que aumentan las posibilidades de agotar la legislatura.

Por otra parte, la vigilancia que ejercerá Bruselas, aunque será mucho más liviana que lo deseado por los frugales, evitará que se reviertan algunas reformas como la laboral, pero no creo que sirva para impulsar la agenda reformista que de verdad necesita España. Así que, como dicen los agraciados por los premios de la lotería, nos servirá para tapar algunos agujeros, pero para poco más.

De nuevo crisis, sin estar preparados

Pero hay que tener claro que la cuantía que ha tocado a España palidece cuando se la compara con las necesidades de fondos que vamos a tener en los próximos años.

En función de cómo evolucione la pandemia, de si hay una segunda oleada que requiera nuevos confinamientos y de cómo se desarrolle la temporada turística, el déficit público oscilará este año entre el 10% y el 15% del PIB y, mucho me temo, que la cifra estará más próxima al rango alto.

Esto supondría unos 150 000 millones de euros, o más. Es decir, el descuadre que sufrirán las cuentas públicas en 2020, será probablemente superior a todo lo que se va a ingresar del fondo de reestructuración en los próximos años.

Es verdad que esta crisis ha sido traicionera porque, a diferencia de la de 2008, no ha sido producida por los desequilibrios acumulados. Pero también es verdad que ha cogido a España sin haber hecho los deberes. Mejor dicho, sin siquiera haber intentado reducir los problemas estructurales que nos acompañan desde hace décadas y con los que hemos aprendido a convivir como si de una enfermedad crónica se tratase.

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Así, el desempleo seguramente cruzará otra vez la terrible barrera del 20%, pero esto tiene poco mérito, pues partimos del 14%.

El déficit público volverá a ser de dos dígitos ya que, tras seis años consecutivos de crecimiento, no hemos sido capaces de poner nuestras cuentas en positivo, como sí hicieron el año pasado dieciséis de nuestros socios; es más, no sólo no se redujo, sino que aumentó hasta el 2,8%.

El descuadre de la Seguridad Social seguirá aumentando, a pesar de que los baby boomers aún no hemos llegado a la edad de jubilación. Nuestro modelo educativo continuará sin adaptarse a las necesidades del mercado laboral. E investigar en España, seguirá siendo llorar, como en la época de Cajal, a pesar de lo que hemos pasado.

¿Qué se va a hacer para solucionar estos problemas estructurales?

Si la tasa de desempleo española estuviese en la media de la Unión Europea, muchos de los problemas presupuestarios que tenemos desaparecerían. ¿Qué se piensa hacer con el mercado laboral, más allá de derogar parcial o totalmente la reforma de 2012, si es que Bruselas lo permite? ¿Y con las pensiones? Todo el mundo sabe que con su estructura actual serán insostenibles en pocos años, ¿hay algún plan para hacerlas sostenibles?

En cuanto a educación, ¿cómo se piensa reducir nuestra tasa de abandono escolar temprano, que es la más alta de la Unión Europea? ¿No sería sensato abordar de una vez por todas una reforma pactada, que permita incrementar la empleabilidad en el mercado laboral?

Los fondos que vamos a recibir de Europa nos servirán para pasar mejor la resaca económica que nos va a dejar la pandemia pero, desgraciadamente, vamos a desaprovechar otra magnífica oportunidad para acabar con nuestros desequilibrios estructurales. Estos nos acompañarán hasta la próxima crisis donde, una vez más, no nos quedará más remedio que volver a apelar a la solidaridad de nuestros vecinos.

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