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¿Cómo se traduce la opresión?

La poeta Amanda Gorman recitando un poema en la Library of Congress (EE.UU.), en septiembre de 2017. Flickr / GPA Photo Archive

Verónica Pacheco Costa, Universidad Pablo de Olavide y Sergio Marín-Conejo, Universidad Pablo de Olavide

Todavía tenemos en nuestras retinas y en nuestro recuerdo reciente a la joven poeta norteamericana Amanda Gorman, y la lectura de uno de sus poemas, The Hill We Climb, en la toma de posesión del presidente de los EEUU Joe Biden. Para parte de la audiencia, la poeta fue un descubrimiento. En los tiempos mediáticos en los que vivimos, escucharla también suscitó interés por conocer más su obra, y, a ser posible, traducida para una mejor comprensión. El efecto en términos de marketing estaba asegurado. https://www.youtube.com/embed/2mTmTdOgv0M?wmode=transparent&start=0 La joven poeta Amanda Gorman recita su poema The Hill We Climb en la ceremonia de toma de posesión de Joe Biden como Presidente de Estados Unidos.

En las últimas semanas, se han publicado dos noticias relacionadas con traducciones de sus obras. Primero, la escritora holandesa Marieke Lucas Rijneveld, premio Booker International y también joven promesa, rehusó traducir el libro de la poeta estadounidense al holandés. Más recientemente, el traductor Víctor Obiols tampoco va a traducir la obra de la mencionada poeta al catalán.

Los motivos que hay detrás de la renuncia de Rijneveld son los comentarios en redes sociales en los que se denunciaba que la traductora no comparte el color de piel de la autora. En el caso de Obiols, no se sabe muy bien si ha sido la editorial o los agentes de Gorman quienes han decidido retirarle los derechos de traducción ya que no solamente no comparte con la autora el color de su piel, sino que tampoco es mujer –razón por la que buscan “una nueva candidata”.

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A raíz de estos hechos, se plantea el debate de si la práctica de la traducción literaria tiene una relación directa con la experiencia vital de quien realiza la traducción.

Traducción literaria: más que una sustitución de palabras

Son innumerables los estudios que definen la traducción como una tarea compleja que involucra diversos componentes y que conlleva mucho más que la mera sustitución de palabra por palabra. La traducción se compone de una serie de operaciones cognitivas para las que se debe tener, como es obvio, un buen control de ambos idiomas (que llamamos “de origen” y “meta”). Pero también es necesario reconocer aquellos elementos extralingüísticos que afectan tanto a la producción como a la recepción del texto, así como intentar evitar las interferencias que la misma persona traductora pudiera introducir en la decodificación-codificación.

Los textos literarios muestran representaciones de la sociedad de la época, diferentes maneras de vivir, conflictos sociales, y, en definitiva, toda una serie de códigos que quien traduce debe entender y trasvasar al otro idioma y cultura. Con ello, en traducción, no se niega el ámbito simbólico de una obra, pero ¿deberíamos tener en cuenta en este caso la biografía de la autora y las opresiones que arrastra por el hecho de ser mujer afroamericana?

Si eso fuera así se nos ocurren varios nombres de escritores a los que no se debería traducir por haber maltratado a sus esposas, ya que, si aplicamos el mismo enfoque, traducir sus obras ¿significaría que la persona que traduce dichos textos apoya la violencia de género? Del mismo modo, por esta misma regla no escrita, una traductora afroamericana no podría traducir a Neruda o a Scott Fitzgerald.

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Traducir autoras

En nuestras investigaciones y traducciones literarias nuestro objetivo es rescatar del ostracismo y visibilizar a las autoras que tradicionalmente y en comparación con los autores se han visto y se ven relegadas a un segundo plano. Nuestra elección de autoras frente a autores se basa en la necesidad de completar la historia de la literatura con esas obras escritas por mujeres.

Pero una cosa es elegir qué texto traducir, y otra bien distinta es que se realice un proceso de selección de profesionales de la traducción, no por su preparación y especialización, sino por compartir el color de piel, el género o la identidad sexual con las autorías, lógica que no ofrece garantía alguna.

El estándar de calidad proviene de una formación suficiente en el uso de las herramientas intelectuales necesarias para hacer una traducción adecuada. Quien hace una traducción, deja una huella en su trabajo, razón por la que se debe mencionar su nombre, como una marca a lo largo del texto que define sus decisiones al traducir. Pero la calidad de este trabajo poco o nada tiene que ver si la traducción se hizo con máquina de escribir o con editor de textos.

Elegir a quien traduce

En la selección de quien traduce a veces es importante contar con un nombre consagrado, y más aún si el texto tiene relevancia política y social como parece que es el caso. Lo más habitual, sin embargo, es elegir a la persona que cuente con un proyecto de traducción, una formación, un estudio previo y experiencia en el género literario en cuestión. Y otras veces, se trata simplemente de encontrar a la persona que lo puede hacer más deprisa, para poder publicar antes que nadie.

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Con estos últimos acontecimientos en torno a la no-traducción del poemario de Amanda Gorman, las traductoras y traductores de textos literarios hemos pasado de no aparecer en las contraportadas de los libros que traducimos, de ser básicamente invisibles, a ser noticia en la prensa por no poder traducir debido a cuestiones ajenas al proceso de traducción. ¿No sería mejor dejar de lado estos asuntos y traducir y publicar el poemario para que llegue cuanto antes al público general, y con ello visibilizar su obra?