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Economía de impacto: creando valor para la sociedad

Carlos Ballesteros, Profesor. Director de la Consultoria Social Empresarial ICADE, Universidad Pontificia Comillas

Beatriz Delfa Rodríguez, Profesora investigadora, Universidad Pontificia Comillas

Lightspring / Shutterstock

Al binomio riesgo-rentabilidad se ha unido, como indicador de gestión, el impacto, preferiblemente positivo, de las actividades empresariales.

La economía de impacto busca beneficiar al conjunto de la sociedad y no solo a un grupo de individuos. Su expansión va de la mano de la necesidad, cada vez mayor, de que se cumplan los Objetivos de Desarrollo Sostenible.

Esta corriente económica intenta dar soluciones efectivas, eficientes, sostenibles y justas a los problemas sociales y medioambientales de nuestra sociedad.

Así, han surgido emprendedores, empresas e inversores que pretenden llevar al sistema económico actual hacia una economía de impacto, en pro de la mejora de todos.

Para que este modelo económico pueda mantenerse es imprescindible medir su alcance, combinar la sostenibilidad financiera con el interés general, y alcanzar el equilibrio entre ambos factores.

Procomunes y economía de impacto

El término procomún fue acuñado por Elinor Oström, primera mujer en recibir el premio Nobel de Economía (2009). Define aquellos bienes propiedad de todos en general y de nadie en particular, y que, por tanto, todos deberían cuidar como si fueran suyos, aprovechando sus beneficios de manera sostenible.

A los habituales agua, aire, sol y tierra se han ido sumando otros bienes, propios de la economía de impacto: conocimiento, empleo, redes de comunicación y en particular la salud, que ha cobrado extrema importancia como procomún, y a la que la economía de impacto deberá atender de forma prioritaria en el corto y medioplazo.

Los matices en la economía de impacto

La economía de impacto recorre un continuo. Entre las organizaciones que solo se enfocan en generar valor social y las empresas convencionales, cuyo fin es maximizar el beneficio y la rentabilidad para sus accionistas, existen muchos modelos que combinan rentabilidad económica con impacto social:

  1. Centros especiales de empleo y empresas de inserción, que proporcionan trabajo a personas en riesgo de exclusión social y venden sus productos y servicios.
  2. Emprendedores sociales, preocupados por el impacto de su actividad en los recursos del planeta y las personas.
  3. ONG que funcionan con criterios de mercado B-corps.
  4. Empresas de la economía del bien común.
  5. Empresas de la economía colaborativa.
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Algunos ejemplos de esta nueva forma de entender la economía podrían ser:

  • AUARA, una empresa que comercializa agua mineral natural de un manantial de León y destina todos sus dividendos a proyectos para llevar agua potable a personas que no tienen acceso a ella.
  • ECOALF, una empresa de moda sostenible que fabrica prendas deportivas y de abrigo a partir del plástico encontrado en los océanos.
  • Naya-Nagar, una marca textil promovida por la ONG Itwillbe para dar un empleo digno a mujeres vulnerables en India.
  • PinLite, producto basado en la energía fotovoltaica, que permite conectar una bombilla o cargar un teléfono móvil en zonas sin electricidad.
  • Ecotur, un servicio profesional de azafatas de congresos y turismo que visibiliza, dentro de un marco laboral reconocido, a la población gitana.

Hay que generar valor económico y social

La agenda de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) resalta el papel fundamental de la empresa, redefiniendo sus estrategias de negocio a largo plazo y orientándolas a la creación de valor económico y social.

El reto es integrar un “propósito” dentro de la estrategia corporativa y del modelo de negocio. Las empresas han visto que tener un propósito claro inspira confianza y puede generar una ventaja competitiva en momentos de crisis. Además, les permite participar en los desafíos económicos, sociales y medioambientales a los que se enfrenta la sociedad.

Las empresas impulsadas por un propósito ganan en reputación social, en lealtad y satisfacción entre sus clientes y en productividad de sus empleados. La sociedad espera que los líderes empresariales sean proactivos y respondan a las necesidades de los empleados, los clientes, los proveedores y la sociedad, generando así un impacto positivo.

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Crisis, nueva normalidad y economía de impacto

Las secuelas económicas, laborales y sociales de la crisis financiera de 2008 siguen presentes y se han visto agravadas y acentuadas por la pandemia.

Si antes de marzo de 2020 combinar los intereses empresariales con los de la sociedad era importante y la Agenda 2030 marcaba la pauta, tras la pandemia se deberá reforzar el papel fundamental de la economía de impacto.

Algunos de los grandes retos para los próximos meses serán socioeconómicos: desempleo, pérdida de poder adquisitivo, aumento del riesgo de pobreza, desigualdad de oportunidades educativas a causa, entre otros, de la brecha digital…

El sector empresarial es consciente de su papel en la solución de estos problemas. Sabe que debe abordarlos desde las capacidades de sus empleados, el desarrollo de sus negocios, clientes y proveedores, las políticas de inversión y su propia acción en la comunidad.

La nueva normalidad a la que estamos abocados supone el concurso unánime y unívoco de todos los agentes (Gobierno, administración pública, sector empresarial, ciudadanía, tercer sector) para conseguir un mundo más habitable.

Más allá de la forma tradicional de entender la responsabilidad social corporativa, mediante acciones sociales más o menos buenistas, las empresas se deben volcar, en esta nueva época, en buscar formas innovadoras y legítimas de ganar dinero combinadas con la generación de un impacto social positivo.

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