En vez de Canadá, Groenlandia y Panamá, ¿por qué no tomar Haití?

En vez de Canadá, Groenlandia y Panamá, ¿por qué no tomar Haití?

La política exterior de Estados Unidos, marcada históricamente por su ambición hegemónica, ha seguido un patrón predecible: expandir su influencia territorial y económica bajo el manto de la “seguridad nacional” o la “defensa de la democracia”. Desde sus inicios como nación, este coloso ha buscado imponer su voluntad, interviniendo directa o indirectamente en regiones estratégicas, pero dejando fuera de su radar a territorios que más necesitan un compromiso genuino para superar siglos de opresión y pobreza. Este artículo no pretende defender anexiones ni intervenciones, sino cuestionar la hipocresía y las prioridades de una potencia mundial que ha escogido meticulosamente dónde intervenir según su conveniencia, ignorando lugares como Haití.

El imperialismo selectivo de Estados Unidos

Estados Unidos ha contemplado seriamente la anexión de territorios como Canadá, Groenlandia y Panamá. En el caso de Canadá, el objetivo ha sido históricamente establecer una hegemonía continental, mientras que Groenlandia representa un premio geoestratégico por sus recursos naturales y su ubicación clave en el Ártico. Panamá, con su canal vital para el comercio global, fue objeto de una intervención directa en 1989 para asegurar el control sobre esta arteria comercial.

Sin embargo, ¿dónde queda Haití, un país que ha sido aplastado sistemáticamente por la deuda colonial, desastres naturales y una interminable cadena de dictaduras apoyadas —en muchos casos— por Estados Unidos? Haití, el primer país en el hemisferio occidental en abolir la esclavitud, ha sido relegado al olvido, excepto cuando sirve como peón en el tablero político internacional.

Haití: un espejo incómodo

Haití no carece de valor estratégico. Está situado en una región crucial del Caribe, próxima a rutas marítimas clave, y es un punto de acceso potencial hacia América del Sur y el resto del Caribe. Sin embargo, lo que parece descalificar a Haití como prioridad para Estados Unidos es su realidad como nación empobrecida y marginada, una herencia directa del colonialismo europeo y la explotación estadounidense. ¿Por qué Estados Unidos no busca “salvar” a Haití, como justifica tantas de sus intervenciones?

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La respuesta es sencilla: Haití no ofrece beneficios inmediatos para los intereses corporativos y estratégicos de Estados Unidos. No tiene un canal que maneje el 5% del comercio global, como Panamá. No tiene vastos depósitos de recursos naturales codiciados, como Groenlandia. Y, sin duda, no tiene la infraestructura y el nivel de desarrollo que lo conviertan en un socio comercial atractivo, como Canadá. Haití es un espejo que refleja las fallas más profundas del sistema capitalista global, un recordatorio incómodo de cómo las potencias mundiales han construido su riqueza sobre la pobreza ajena.

La hipocresía del “intervencionismo humanitario”

Estados Unidos ha intervenido repetidamente en Haití, pero no para ayudar. La ocupación estadounidense de 1915 a 1934 consolidó un sistema político centralizado que favorecía a las élites económicas, pero no benefició al pueblo haitiano. Más recientemente, después del devastador terremoto de 2010, la supuesta ayuda humanitaria estadounidense sirvió más para enriquecer a contratistas extranjeros que para reconstruir la nación. Haití, con su pueblo resistente y su historia heroica, ha sido víctima de un intervencionismo que prioriza la explotación sobre el desarrollo.

En contraste, la política hacia Groenlandia ha sido notablemente diferente. En 2019, el expresidente Donald Trump propuso abiertamente comprar Groenlandia a Dinamarca, destacando su valor geopolítico. Esta idea, aunque rechazada públicamente, refleja cómo Estados Unidos prioriza los territorios que ofrecen beneficios estratégicos y recursos naturales, mientras deja de lado a países como Haití, donde la intervención genuina podría hacer una diferencia real.

¿Por qué no Haití?

La pregunta central no es si Estados Unidos debería “tomar” Haití, sino por qué el país más poderoso del mundo elige intervenir solo donde hay algo tangible que ganar. ¿Qué pasaría si Estados Unidos dedicara el mismo esfuerzo y recursos que empleó en Afganistán o Irak para transformar Haití en una nación estable y próspera? ¿Qué implicaría que Estados Unidos asumiera una responsabilidad histórica por el daño causado, ayudando a Haití a reconstruir su economía, su infraestructura y su dignidad nacional?

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Pero, por supuesto, esto no sucederá. El modelo hegemónico estadounidense no tiene espacio para gestos altruistas. Estados Unidos solo actúa cuando hay petróleo, minerales, rutas comerciales o influencia política en juego. Haití no encaja en ese molde, a pesar de su potencial como símbolo de justicia histórica y oportunidad humanitaria.

¿Y si Rusia Reclama Alaska?

Imaginemos este escenario: Rusia, en un arrebato de nostalgia imperial, decide reclamar Alaska, esa joya helada que vendió a Estados Unidos en 1867 por la «astronómica» suma de 7.2 millones de dólares, lo que hoy sería apenas unos 140 millones ajustados por inflación. Por supuesto, el Kremlin no podría simplemente llamar a Washington y pedir un reembolso con intereses, ¿o sí?

Primero, Putin podría declarar que la venta fue un error histórico, culpa de un zar mal asesorado que no entendió el valor estratégico de este pedazo de hielo que, sorpresa, terminó siendo una mina de oro negro. Luego, Moscú anunciaría que Alaska sigue siendo, en espíritu, territorio ruso y desplegaría tropas para «proteger a sus compatriotas» en un movimiento que seguramente CNN etiquetaría como «una agresión sin precedentes».

En el siglo XXI, las guerras ya no se ganan con armas, sino con likes.

Mientras tanto, el Congreso de Estados Unidos se reuniría de emergencia, no para discutir cómo evitar una guerra, sino para decidir qué memes tuitear como respuesta. «Keep your hands off our glaciers» se volvería tendencia, mientras las redes sociales arden entre quienes exigen un embargo inmediato a todo lo ruso y quienes se preguntan si Estados Unidos no debería haber vendido Florida primero.

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Finalmente, Rusia, consciente de que una invasión militar completa no es factible, optaría por una táctica más sutil: enviar un ejército de influencers rusos a TikTok para convencer a los alaskanos de que volver al abrazo ruso les proporcionaría vodka gratis, mejores tasas de internet y quizás un oso como mascota. Porque en el siglo XXI, las guerras ya no se ganan con armas, sino con likes.