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¿Volverá Estados Unidos a comprometerse contra el cambio climático?

Contaminación en Los Ángeles (EE.UU.). Shutterstock / Andrius Kaziliunas

Manuel de Castro Muñoz de Lucas, Universidad de Castilla-La Mancha

El pasado día 4 de noviembre, EE. UU. se retiró formalmente del acuerdo mundial sobre cambio climático de París, cumpliendo lo que ya notificó un año antes a Naciones Unidas. Lo irónico es que ocurrió justo un día después de unas elecciones que pondrán fin al mandato de Donald Trump y darán el relevo a Joe Biden y Kamala Harris.

El futuro presidente ya ha prometido anular inmediatamente esa decisión y emprender en su mandato una acción en defensa del clima más decidida que la incluida en el compromiso rechazado.

Es transcendental que los futuros dirigentes de la aún primera potencia económica y tecnológica del mundo estén decididos a corregir con urgencia y determinación un rumbo peligroso. De haber seguido cuatro años más, la decisión de Trump sólo habría conseguido retrasar y dificultar la mitigación de una enorme amenaza planetaria cuyos impactos hubieran sido aún más evidentes y adversos.

Un acuerdo voluntario

No fueron pocas las voces que mostraron escepticismo sobre el resultado del Acuerdo de París al basarse en compromisos voluntarios de los países firmantes, sin penalizaciones por posibles incumplimientos.

Acertadamente, sus promotores argumentaron que se trataba de un primer paso imprescindible que quizá hubiera sido imposible si incluía sanciones. Confiaban en que su cumplimiento por la mayoría de las principales potencias económicas serviría de ejemplo a los demás países, lo que posibilitaría el reproche ético a los incumplidores y abriría la puerta a acciones punitivas.

Pero ocurrió lo impensable: la principal potencia mundial ha sido la primera en retirarse. Por eso resulta trascendental que EE. UU. muestre ahora su voluntad de volver al Acuerdo. No solo por ser uno de los principales causantes del problema climático, sino también por el liderazgo moral y ético que esa poderosa democracia sigue ostentando en el mundo.

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El peso de EE. UU. en las emisiones globales

Actualmente, EE. UU. es el segundo emisor mundial de CO₂ (5,4 gigatoneladas anuales en 2018), lo que representa en torno al 15 % de las emisiones globales.

Desde 2005 las emisiones han ido disminuyendo, pero la tendencia se ha suavizado en los últimos dos años. Esta caída ha sido el resultado de una drástica reducción en el empleo del carbón (40 % menos) para la producción de energía y una moderada caída en el uso de petróleo, compensadas, en parte, por un sensible aumento sostenido en el consumo de gas.

En la Unión Europea, tercer emisor mundial de CO₂ con 3,4 Gt/año en 2018, la tendencia decreciente es algo más acusada debido a un menor aumento del consumo de gas, coincidiendo en la sustancial reducción del empleo de carbón.

Sin embargo, en China (principal emisor mundial con 10,3 GTm/año de CO₂ en 2018) las emisiones se han triplicado en lo que va de siglo a causa fundamentalmente del uso masivo de carbón, aunque en los últimos años se ha moderado ese intenso crecimiento.

El objetivo del Acuerdo de París es que el incremento de temperatura global desde la era preindustrial se mantenga bien alejado de 2℃, persiguiendo el propósito de no sobrepasar el límite de 1,5℃. Los científicos señalan que para conseguirlo, es imprescindible que mucho antes las emisiones netas globales de los gases responsables del calentamiento lleguen a un valor de cero.

Concretamente, el último informe de los expertos del IPCC señala que las emisiones netas de CO₂ deberían llegar a cero en 2050 y las de los demás gases invernadero en 2070. Esto es lo que la Unión Europea ha acordado recientemente y se aproxima a lo que también se propone China. La pregunta es si EE. UU. se sumará al enorme esfuerzo global necesario para conseguir el objetivo.

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Miembros de la organización Fridays for future contra los combustibles fósiles y el cambio climático celebran cerca de la Casa Blanca la derrota de Trump en las elecciones presidenciales el 6 de noviembre de 2020. Shutterstock / grandbrothers

¿Cumplirá Biden sus promesas?

El pasado mes de julio, el entonces candidato Biden anunció un plan de recuperación económica de 2 billones de dólares para invertir en energías limpias y crear un gran número de puestos de trabajo ligados a la “economía verde”.

En el ambicioso plan se concretan varios objetivos, como llegar a emisiones cero de CO₂ en el sector eléctrico en el año 2035, promover la reforma de millones de viviendas para llegar a los estándares más altos de eficiencia energética o aumentar el rendimiento y reducir el coste de las actuales tecnologías de almacenamiento de energía limpia (baterías o pilas de hidrógeno).

A este Plan Nacional hay que sumar además varias medidas similares que ya están vigentes en 23 Estados de EE. UU. gracias a diversas órdenes ejecutivas. Por ejemplo, California tiene establecido por ley llegar a cero emisiones de CO₂ en 2045.

Desgraciadamente, hay muchos ejemplos de programas electorales incumplidos una vez que los candidatos alcanzan el poder. Por eso, es comprensible que surjan dudas sobre lo que ocurrirá finalmente con la prometida reducción de las emisiones de gases invernadero. Y más cuando la extremadamente polarizada sociedad del país norteamericano ha convertido en objeto partidista el problema del cambio climático.

En estas circunstancias, tan solo cabe confiar en la rectitud del partido ganador y en su capacidad para convencer a una gran parte de los ciudadanos de lo dañino que sería para el clima de los EE. UU. un retraso mayor en la toma de decisiones y para exponerles con claridad que:

  • Las medidas mitigadoras ya están bien identificadas y en su mayoría son factibles porque ya existen las tecnologías adecuadas o bien necesitan solo un perfeccionamiento, como asegura este estudio, al igual que otros semejantes.
  • Tomar estas medidas no solo no perjudicaría a su economía, sino que supondría una oportunidad para su relanzamiento tras la crisis de la actual pandemia.
  • Si EE. UU. no se implica ahora en la mitigación del cambio climático significaría que la mayor potencia científica del mundo, con los mejores centros de investigación y que ha liderado las dos últimas revoluciones tecnológicas, dejaría de estar en la vanguardia de la que ahora se inicia, donde ya están Europa, China o Japón.