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Las familias, el mejor ‘colchón’ para amortiguar el impacto emocional de la pandemia en la infancia

Shutterstock / Sergii Sobolevskyi

Rosario Mérida Serrano, Universidad de Córdoba; Elena González Alfaya, Universidad de Córdoba; Julia Rodríguez-Carrillo, Universidad de Córdoba; María de los Ángeles Olivares García, Universidad de Córdoba y Miguel Muñoz Moya, Universidad de Córdoba

¿Cómo repercutirán el confinamiento y la falta de movilidad en nuestros hijos e hijas? ¿Las medidas de distanciamiento social afectarán a su capacidad para relacionarse en el futuro? ¿Habrán perdido sus hábitos de estudio? ¿Repercutirá en su bienestar emocional el miedo y la angustia vividos? Estas y otras son algunas de las preguntas que rondan las cabezas de las familias en el transcurso de la pandemia.

Cuestiones como las anteriores se han convertido también en los interrogantes de un proyecto de investigación que hemos propuesto y coordinado desde el Grupo de Investigación INCIDE (Infancia, Ciudadanía, Democracia y Educación) de la Universidad de Córdoba y en el que han participado todas las universidades públicas andaluzas.

Nos interesamos por explorar el impacto emocional, social y educativo que experimentan durante la pandemia los niños y las niñas con edades comprendidas entre 3 y 12 años, correspondiente a la etapa de Educación Infantil y Primaria.

Consideramos útil socialmente identificar sugerencias para gestionar la etapa de pospandemia, aprendiendo del análisis de la realidad y de la experiencia acumulada en casi un año de lucha contra el virus. Porque, como señalan Trujillo-Sáez et al. (2020, p. 7), “no podemos conocer el futuro, pero recopilar datos, analizarlos y aplicarles una mirada científica nos permite asomarnos de algún modo al futuro y convertir en probabilidades nuestros deseos de certeza”.

El estado emocional de los niños y las niñas

Hemos evaluado el impacto emocional dividiendo las emociones en dos tipos: positivas y negativas. En el primer grupo estaría la tranquilidad y la alegría y en el segundo el nerviosismo, la tristeza, el miedo y el enfado.

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Las familias han expresado que las emociones positivas de sus hijos e hijas han prevalecido sobre las negativas durante el confinamiento. Los niños y las niñas, en opinión de sus familias, han experimentado más emociones positivas que negativas. Ha prevalecido la alegría y, en menor medida, la tranquilidad. Han sentido en pocas ocasiones tristeza y miedo y, en algunos momentos, se han sentido nerviosos o intranquilos.

El alumnado experimenta mayor impacto emocional a medida que avanza su edad. Mientras los alumnos de Infantil se sienten más alegres, los de Primaria tienen más miedo y sienten más tristeza. Además, los primeros muestran mayor nerviosismo, posiblemente derivado de la necesidad de actividad física propia de su desarrollo evolutivo.

El nivel de estudios de las familias influye en la percepción del impacto emocional que el confinamiento ha tenido sobre sus hijos e hijas. A mayor nivel de estudios, se percibe una mayor intensidad en las emociones positivas, y a menor nivel de estudios, mayor intensidad en las emociones negativas. Posiblemente, el mayor nivel de estudios incremente la probabilidad de tener mayor cualificación profesional y poseer un contexto económico familiar más estable, que deriva en un clima de mayor bienestar emocional.

Necesidad de interacción social

El confinamiento también ha producido un impacto social en la infancia. Han experimentado un intenso sentimiento de añoranza, fruto de no poder interaccionar con sus iguales ni con familiares no convivientes y en menor medida, no poder acudir a su centro escolar.

En general, los niños y las niñas durante el confinamiento no han sentido soledad. Esto se puede deber a que han pasado mucho más tiempo con sus familias, compartiendo actividades como juegos analógicos, lo que hizo que no experimentaran aburrimiento.

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El mayor tiempo compartido entre los progenitores y sus hijos e hijas ha permitido que se intensifiquen las relaciones, generando interacciones más profundas. Estas proporcionan un estrechamiento de los vínculos afectivos y más probabilidad en la confrontación de intereses diversos, los cuales, en algunas ocasiones han provocado conflictos en la convivencia intrafamiliar.

El apoyo de las familias en las tareas escolares y la accesibilidad, tutorización y acompañamiento de los y las docentes durante el confinamiento ha permitido que, aunque la enseñanza online ha sido escasa, el ritmo de aprendizaje del alumnado de Infantil y Primaria se haya visto poco afectado.

Desigualdad en el reparto de las tareas en casa

En el cuestionario que proporcionamos a los participantes preguntamos también por los efectos indeseables derivados de la pandemia en la situación laboral de los progenitores. Su corresponsabilidad era más necesaria que nunca, al tener que armonizar las ocupaciones laborales en casa con el apoyo escolar a sus menores.

Preguntamos por la implicación de mujeres y hombres en diferentes tareas como la limpieza de la vivienda y de la ropa, la compra de productos alimenticios y de higiene, la preparación de las comidas, las tareas escolares y las de ocio con los hijos e hijas.

El estudio revela que los datos de corresponsabilidad son inferiores al valor deseable para un reparto igualitario de las tareas domésticas y de la crianza de los niños y niñas en el seno familiar.

La tarea que más se comparte entre padres y madres es la compra de productos de alimentación e higiene (79,7 %) y las relacionadas con el acompañamiento en el ocio de los hijos e hijas (76,7 %). En el lado opuesto, la limpieza de la ropa (56,5 %) y el apoyo en las tareas escolares (58,7 %) son las actividades en las que menos participan los hombres.

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Esta situación ha generado un estrés adicional en las mujeres en la gestión de la pandemia. Tener que abordar demandas simultáneas del ámbito familiar y profesional ha repercutido negativamente en su bienestar personal. Compartimos el testimonio de una de ellas:

“Yo no sabía dónde acudir. Es horrible tener al niño encima de mi ordenador diciendo ‘mamá, ayúdame con las tareas’ mientras contesto al teléfono o estoy haciendo un pedido online. Tenía una sensación de hacerlo todo mal y un agotamiento tremendo”.

La conclusión más relevante del estudio es que, como dice Santos Guerra, “una pantalla no es una escuela”. Al menos en estas edades, la enseñanza online puede ayudar a transmitir conocimientos, pero una verdadera educación para la democracia solo se consigue a través de la interacción social presencial entre todos los miembros de la comunidad educativa.