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Inmigrantes en España: arraigados sobre un alambre

Inmigrantes en España: arraigados sobre un alambre
Aula del Colegio Padre Piquer, de la Fundación Montemadrid. Fundación Montemadrid

Alberto Ares, Universidad Pontificia Comillas; Antonio Rúa Vieites, Universidad Pontificia Comillas y Juan Iglesias Martínez, Universidad Pontificia Comillas

Las orlas de fin de curso del Colegio Piquer en el madrileño barrio de la Ventilla cuentan mejor que nadie la silenciosa transformación demográfica que está sufriendo el país desde hace ya varios años.

Un cambio del que la sociedad española todavía no es plenamente consciente. Unas orlas donde la diversidad estalla a través de nombres y procedencias múltiples, reflejando la incorporación y la convivencia normalizada entre jóvenes de diferente origen étnico (y sus familias).

El libro Un arraigo sobre el alambre (FOESSA, 2020), elaborado por el Instituto Universitario de Estudios sobre Migraciones de la Universidad Pontificia Comillas y Cáritas Española, trata, precisamente, de analizar dicho proceso de arraigo e integración de los inmigrantes en la sociedad española, mostrando sus principales rasgos tras los años de crisis y devaluación salarial.

Compromiso con la permanencia

En estos años, y a pesar de las piedras, laborales y sociales, que llovían sobre sus cabezas, los inmigrantes no solo han permanecido sino que, además, han apostado firmemente por continuar y sacar adelante sus proyectos de asentamiento. Este intenso proceso de arraigo se refleja en diversos indicadores. Estos son algunos de ellos:

  • Amplio proceso de naturalización, 1 de cada 3 inmigrantes tiene la nacionalidad española.
  • Fuerte asentamiento familiar en torno al hogar nuclear con hijos, un 27% de los nacidos en España tienen padres extranjeros.
  • Elevado dominio del idioma.
  • Fuerte aprendizaje de las costumbres autóctonas.
  • Creciente presencia de nativos en sus redes familiares y de amigos.

Esta apuesta por el arraigo está dando lugar al nacimiento de una sociedad y un país diferentes, donde la inmigración, que ya representa el 16,3% de la población total, y la diversidad étnica se han convertido en una realidad común de nuestra vida cotidiana.

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Fuerte arraigo pero sin ascensor social

Así, la gran mayoría de los inmigrantes, pese a tener niveles educativos similares a los nativos, están profundamente segregados en la parte baja de la estructura social española, concentrados en ocupaciones elementales –empleo doméstico, peón agrícola y de la construcción, camarero…-, e intensamente afectados por la temporalidad, los salarios bajos y la pobreza.

Los inmigrantes se han integrado mayoritariamente dentro de los sectores populares nativos, conformando la última frontera de ese precariado que avanza en España. Unos estratos populares con los que comparte, cada vez más, barrios, escuelas, centros de trabajos, espacios de ocio. Y, en última instancia, un mismo destino estructural marcado por la vulnerabilidad laboral, el progresivo deterioro de los servicios sociales básicos, y la creciente debilidad del factor educativo como ascensor social.

El sentimiento antiinmigración no crece

Sorprendentemente, en España no ha crecido, pese a la crisis y el precariado, el rechazo al de fuera. A diferencia de otros países europeos, las relaciones entre nativos e inmigrantes siguen siendo cordiales, aunque todavía algo distantes.

Ahora bien, pese a esta coexistencia tranquila, existe un riesgo real de que el malestar social que viven los sectores populares se convierta en hostilidad hacia la inmigración.

Un malestar que, aunque viene dado por políticas estructurales que han degradado el empleo, los servicios sociales y las oportunidades vitales, algunos explican reiteradamente desde la inmigración.

De hecho, como sabemos, hay proyectos políticos que, en el último ciclo electoral español y rompiendo el consenso de la transición, han tratado de señalar a los inmigrantes como responsables de los problemas sociales que vive el país.

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Refugiados: a la cola de la integración

La población refugiada, a pesar de su crecimiento en los últimos años, apenas representa el 3,23% del total de la inmigración.

Los refugiados siguen ocupando el furgón de cola, el último escalón del proceso de integración de la población de origen extranjero en España.

Tienen un grado de arraigo social inestable y muy inferior al de los inmigrantes debido, entre otras causas, a:

  • Alta tasa de irregularidad (40%).
  • Menor dominio del idioma.
  • Menor percepción subjetiva de pertenencia.
  • Baja presencia de nativos en sus redes familiares y sociales.

En términos socioeconómicos, los refugiados cuentan con unos niveles ocupacionales y salariales peores que los de los inmigrantes. De hecho, solo el 6% de ellos tienen contrato indefinido a tiempo completo y su salario medio es de apenas 686 euros mensuales.

La inmigración ya es parte de la estructura social española

La inmigración, más que un elemento externo o extraño, se ha convertido en un fenómeno estructural que está indisolublemente unido al desarrollo económico, social y demográfico español.

Tres cuestiones muestran este proceso:

  1. La asociación entre el trabajo de los inmigrantes y el modelo de crecimiento económico.
  2. La conversión del trabajo femenino inmigrante en el recurso central del sistema de provisión de cuidados a mayores y niños.
  3. Su rol central en la sostenibilidad del sistema de bienestar social, especialmente el de pensiones, debido a su juventud, su alta tasa de actividad y su menor uso de dicho sistema. Por ejemplo, solo el 6% de los inmigrantes son mayores de 65 años, una cifra que en el caso de los autóctonos sube al 23%.
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Una inmigración arraigada, activa y necesaria

El intenso arraigo, aunque segregado y en precario, y la profunda asociación estructural con el desarrollo de España hacen que, necesariamente, cambien los términos de la discusión pública. Así, hablar de inmigración hoy, es, sobre todo, hablar del país y del desarrollo de su propia sociedad.

Como consecuencia de ello, las políticas migratorias ya no pueden ser solamente políticas de tipo humanitario o políticas sectoriales destinadas a un colectivo específico, sino que necesitan convertirse en políticas de estado o universales. Deben ser, pues, políticas para todos, con tres ejes centrales:

  1. Un nuevo relato sobre la inmigración, que abandone ciertos lugares comunes donde son representados como extraños, externos y amenazantes, y que, al volver la mirada sobre el propio país, se atreva a reconocer y visibilizar la profunda diversidad étnica y racial que ya lo constituye.
  2. Un ambicioso impulso de políticas universales de cohesión social con el fin de revertir ese precariado que se ha instalado como horizonte vital de los amplísimos sectores populares españoles, formados tanto por población nativa como por población de origen inmigrante.
  3. El desarrollo de políticas de gestión de la creciente diversidad étnica y social de la sociedad española. Políticas necesarias para construir la convivencia desde la diversidad que ya es, y que será más, en los próximos años.

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