Tolkien, el señor de las lenguas
Leticia Gándara Fernández, Universidad de Extremadura
Tolkien habría preferido escribir en «élfico». No lo afirman sus muchos seguidores y estudiosos. Lo anunció él mismo en sus cartas. Y no nos resulta extraño, pues las historias que acontecen en la Tierra Media no son más que el deseo de dar a sus lenguas un «hogar» y criaturas que las hablasen.
La invención lingüística es el punto de partida de todo su legendarium. Las obras literarias de Tolkien tienen origen en su amor y fascinación por las lenguas, un hecho que posiblemente habrán advertido los numerosos lectores de El Señor de los Anillos como fieles compañeros de un hobbit en su misión por destruir el poderoso Anillo.
Un secreto a voces
«Ciertamente, nada más embarazoso que la revelación en público de un vicio secreto». Así lo aseguró Tolkien en la primera y única vez en la que se pronunció sobre su actividad privada. En esta ocasión apareció «por derecho propio el “mundo inventado” ante el “mundo académico»».
No tuvo que ser fácil para el profesor de Oxford descubrir ante una distinguida sociedad de filólogos el pasatiempo, contrario a la conciencia y al deber, al que dedicó toda su vida. Por suerte, esta conferencia se conservó en un manuscrito publicado póstumamente con el título «Un vicio secreto».
Desde ese momento, Tolkien habló muy poco sobre su labor como creador de lenguas. Aparte de este alegato en defensa de estos escondidos artesanos, artistas del lenguaje, tan solo encontramos algunos comentarios en sus cartas. Pero el abundante material lingüístico que introduce en El hobbit, El Señor de los Anillos y El Silmarillion confirma lo que fue un secreto a voces.
El arte de inventar lenguas
Tan difícil como esbozar un mundo imaginario es elaborar una lengua completa. Tolkien fue pionero en la construcción de lenguas para un contexto de ficción porque, si bien es cierto que en ese momento existía ya una larga lista de lenguas inventadas, con diferentes propósitos (científicos, religiosos, comunicativos, etc.), lo de Tolkien fue distinto: «un arte para el que la vida no es, en efecto, lo bastante larga».
Tolkien elaboró un grupo de lenguas autoconsistentes y técnicamente convincentes, documentando incluso su origen, evolución y desarrollo en un mundo ficticio al que se adaptaron perfectamente. Para que estas lenguas sobreviviesen, su creador se encargó de proporcionarles criaturas extraordinarias que las hablasen. Por ello, podemos entender El Señor de los Anillos como un auténtico «experimento filológico», ya que estos diseños artificiales se desarrollan en un escenario ficticio de manera idéntica a como lo hacen nuestras lenguas en el mundo real.
La creatividad lingüística es, por tanto, el origen de todo ese universo imaginario conformado por elfos, hobbits, enanos, orcos, hombres y otras criaturas que encontramos en las novelas. Las historias que se desarrollan en la Tierra Media se crearon más para otorgar un mundo a sus lenguas que a la inversa. A esto se debe que Tolkien afirme en sus cartas: «para mí el nombre viene primero, y después viene la historia».
El Señor de los Anillos: La comunidad de las lenguas
Tolkien consideró la creación lingüística un arte, que siempre cultivó en secreto. Lo que comenzó como un mero pasatiempo en su infancia pronto se convirtió en un vicio destinado a procurar una satisfacción personal y privada.
El profesor entendía el lenguaje y la gramática como una cuestión de estética y eufonía. Sentía un verdadero placer por el sonido de las lenguas y demostraba tener un gusto casi élfico por la musicalidad, de ahí las numerosas canciones que se incluyen en su legendarium.
Aunque sus lenguas desempeñan funciones comunicativas en el entorno de ficción de sus obras literarias, no fueron pensadas para tener una audiencia fuera de este universo imaginario. Lo de Tolkien fue, en cierto modo, una motivación lingüística, no artística. Y en esto último se diferencian sus diseños de otros casos como la creación del na’vi de Avatar o el dothraki y el valyrio de Juego de tronos.
Lenguas como el quenya y el sindarin no son más que el ideal de belleza lingüística al que aspiraba el autor. La primera, el quenya o alto élfico, se caracteriza por ser una lengua antigua, una especie de «latín élfico”, utilizada por los elfos en ceremonias y en asuntos de canto y de ciencia. El pasaje más extenso en quenya es el poema «Namárië», también conocido como «El lamento de Galadriel». En cambio, el sindarin o élfico gris es la lengua viva que emplean estos sujetos para comunicarse. A ella pertenecen muchos de los nombres de lugares y seres que encontramos en El Señor de los Anillos, además de fragmentos como los hechizos de Gandalf en Caradhras y en la puerta oeste de Moria o la invocación de Sam a Elbereth, entre otros.
En su historia lingüística imaginaria, el quenya desciende de una lengua más antigua, denominada qenya, mientras que el germen del sindarin se encuentra en el goldogrin o gnomish, llamado en su versión más tardía noldorin. Ambas poseen un origen común al proceder de una lengua más antigua denominada eldarin.
Para mostrar el funcionamiento de sus lenguas, Tolkien recurre al esquema habitual de representación del parentesco lingüístico del siglo XIX. Además, el filólogo siempre mostró un amor incondicional por la naturaleza y, por ende, esta tiene una importancia vital tanto en su producción artística como lingüística.
Frente a la belleza de las lenguas élficas, Tolkien representa el prototipo de fealdad lingüística en la Lengua Negra de Mordor. Aunque de esta apenas se incluyen ejemplos, aparece asociada al elemento más importante de la obra: el Anillo Único. Su inscripción, grabada en fluidos caracteres élficos, representa oraciones en dicha lengua:
Ash Nazg durbatulûk, ash Nazg gimbatul, ash Nazg thrakatulûk agh burzum-ishi krimpatul.
Su traducción se corresponde con los últimos versos de una estrofa muy conocida para la tradición élfica y para los seguidores de Tolkien:
Tres Anillos para los Reyes Elfos bajo el cielo.
Siete para los Señores Enanos en palacios de piedra.
Nueve para los Hombres Mortales condenados a morir.
Uno para el Señor Oscuro, sobre el trono oscuro en la Tierra de Mordor donde se extienden las Sombras.
Un Anillo para gobernarlos a todos.
Un Anillo para encontrarlos, un Anillo para atraerlos a todos y atarlos a las tinieblas en la Tierra de Mordor donde se extienden las Sombras.
Además de estas, en su legendarium encontramos referencias a la Lengua Común o idioma nativo de casi todos los pueblos de la Tierra Media; al Khuzdul o lengua de los enanos, de la que apenas se detallan ejemplos dado el carácter reservado de estas criaturas; o a la lengua de los ents, que presenta una clara influencia de las lenguas élficas.
Sobre estas lenguas, y los pueblos que las hablan, se ofrece información valiosa en los Apéndices, que concluyen el tercer tomo de El Señor de los Anillos. Invitamos a leerlo, junto con el resto de relatos, con el fin de descubrir las apasionantes ideas lingüísticas de un genio del lenguaje.