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No es más listo por jugar al ajedrez o escuchar clásica: lo dice la ciencia

No es más listo por jugar al ajedrez o escuchar clásica: lo dice la ciencia

Manuel Terrádez Gurrea, UOC – Universitat Oberta de Catalunya

La ciencia evoluciona. Uno de los casos más paradigmáticos se da cuando ésta nos ayuda a desmontar mitos, ya sean creados por el imaginario colectivo, o por la propia ciencia en estadios pretéritos, precisamente los que mejor ilustran su evolución.

En eso consiste el progreso, en ir avanzando en el conocimiento. En ser conscientes de que los descubrimientos actuales posiblemente también serán superados y corregidos en el futuro. Y, por tanto, no hay que darle categoría de verdad absoluta a casi nada.

Para ilustrar el argumento, saquemos a la palestra algunos estudios recientes. En ellos se desmontan (o, al menos, se ponen en entredicho) algunos mitos haciendo uso de la estadística.

1. Escuchar música clásica o jugar al ajedrez aumentan la inteligencia

Es muy romántico defender esta idea. Parece obvio (y varios estudios así lo avalan) que hay una asociación entre esas actividades y el desarrollo cognitivo.

Pero, ¿existe realmente una relación de causalidad? ¿O es que las personas con mayores capacidades se dedican a estas disciplinas (sin duda, muy estimulantes desde el punto de vista intelectual), pero no está claro que la relación sea bidireccional?

La confusión entre correlación y causalidad es uno de los grandes caballos de batalla de la modelización estadística.

De acuerdo a un estudio reciente, no hay evidencia clara para afirmar que los efectos de estas actividades aumenten el desarrollo cognitivo, al menos en niños y adolescentes.

2. Nuestra sensibilidad apenas tiene base genética

Sabemos desde hace tiempo que la genética influye de forma muy evidente en algunos aspectos de nuestro físico y de nuestra mayor o menor propensión a ciertas enfermedades.

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Ahora bien, tendemos a pensar que su repercusión en nuestro carácter o personalidad, especialmente en las cuestiones de educación y sensibilidad, es mínima, y que éstos se deben casi en exclusiva a factores de nuestro entorno social y educativo.

De nuevo estamos ante una idea en la que queremos creer, porque nos gusta pensar que nuestra capacidad de influencia en el resto de personas es elevada.

Sin embargo, un reciente estudio apunta a que un rasgo del carácter tan “voluble” como es la sensibilidad podría deberse casi en un 50% a nuestra genética. Por tanto, el margen de influencia sobre el mismo, aun siendo importante, es bastante más limitado de lo que parecía.

3. La ciencia tiene respuestas únicas e inmutables

Como ya he comentado al inicio del artículo, precisamente una de las características más apasionantes de la ciencia es que está en constante evolución y revisión.

Sin embargo, en ocasiones la opinión pública espera que desde el ámbito científico se den criterios claros e inequívocos frente a problemas complejos que instituciones sociales y políticas se ven incapaces de abordar. De hecho, la pandemia actual del coronavirus es un claro ejemplo de ello.

Varios estudios recientes en disciplinas diversas, como la psicología o la neurociencia), constatan que diferentes equipos científicos de reconocido prestigio llegan a resultados dispares analizando los mismos datos.

Entre otras, diversas elecciones como la hipótesis de partida, el tratamiento de los datos, el enfoque metodológico o la técnica estadística, influyen en los resultados finales. Por tanto, también en las conclusiones que se derivan de ellos.

En definitiva, desconfíe la próxima vez que lea u oiga aquello de “la ciencia dice” o “según los científicos” y trate de contrastar las fuentes originales. Intente comprobar si realmente existe un consenso razonablemente unánime sobre ese resultado o si, por el contrario, se trata de un estudio aislado ante el cual puede haber voces y corrientes discrepantes o incluso contradictorias.

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