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El peligro de trivializar el nuevo antisemitismo

Niño judío frente al Muro de las Lamentaciones (Jerusalén). Shutterstock / Usoltceva Anastasiia

Marco Demichelis, Pontificia Università Gregoriana

El próximo año se celebrará el 30 aniversario de la Conferencia de Paz de Madrid (1991). En ella, tras la primera intifada (1987-1988) y el fin de la primera guerra del Golfo (1990-1991), diferentes representantes de los países árabes, de Palestina y el entonces primer ministro israelí, Isaac Shamir, empezaron a organizar encuentros bilaterales y conjuntos para trabajar en un posible proceso de paz que se desarrolló a lo largo de los años 90 y culminó sin éxito con los encuentros de Camp David en 2000.

Dos décadas después del fracaso del proceso nos encontramos con una situación muy difícil. El Estado israelí es ahora menos laico y más religioso, y los políticos palestinos en los territorios ocupados, como Gaza, no tienen representación popular de facto y son absolutamente incapaces de convocar elecciones internas. La diplomacia entre Tel Aviv y los actores internacionales -Estados Unidos, Reino Unido y diferentes países árabes- sigue siendo fundamental para continuar su estrategia.

En los últimos años, Jerusalén has sido declarada la capital indivisible del Estado judío israelí; el proceso de anexión de la orilla izquierda del Jordán a Tel Aviv es solamente una cuestión de tiempo, así como la normalización de las relaciones diplomáticas y comerciales entre la gran mayoría de los países árabes y el Estado israelí. En el mismo periodo histórico, el debate sobre la paz en Palestina se ha polarizado en una cuestión que depende solamente de la voluntad de la asamblea (Knesset) israelí.

Nuevas estrategias en la región

Por el momento no hay ningún político palestino en libertad capaz de interrelacionarse y de proponer nuevas estrategias para impulsar un cambio en la región, que está involucrada en una lucha de actores, Estados Unidos, Siria, Irán, Arabia Saudí y Hezbolá, para los que el problema de Tierra Santa no es algo prioritario, solo propaganda.

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Tel Aviv ha sido capaz de impulsarse enormemente como un lobby y de crear una nueva visión sobre el antisemitismo, siguiendo la línea de las declaraciones de la International Holocaust Remembrance Alliance (IHRA).

De forma paralela, cualquier declaración de condena o crítica a Israel y sus políticas se interpreta como una acusación de antisemitismo. Así ha ocurrido tanto con periodistas como académicos o figuras destacadas de la esfera pública como el ex líder laborista Jeremy Corbyn o el candidato a la presidencia de Estados Unidos Bernie Sanders, que a pesar de ser hijo de judíos ha lanzado fuertes críticas hacia la política israelí.

Estamos en un contexto de “deculturación temática”. Parafraseando al erudito francés Oliver Roy, el antisemitismo ha dejado de ser un producto cultural europeo que ha interesado desde hace muchos siglos a diferentes y violentas políticas y prácticas de aislamiento y exterminio de la población judía en el Viejo Continente.

Hoy en día, la acusación de ser antisemita se extiende a cualquier crítica al Estado israelí, al sionismo o a la postura judía ortodoxa y su interpretación del Antiguo Testamento en la contemporaneidad, al margen de si eres abiertamente antifascista y en tu familia hay personas que formaron parte de la resistencia contra el fascismo en la Segunda Guerra Mundial.

La bandera ideológica del antisemitismo filo-sionista es muy peligrosa porque aplana y trivializa un concepto relacionado con eventos históricos que han abierto la puerta al holocausto europeo con la creación violenta y nacionalista de un Estado, Israel, que quizá nunca podrá librarse de los árabes -tan semitas como los judíos- en el nivel demográfico-antropologico.

Presencia colonial en los territorios ocupados

Mientras se intentaba firmar un acuerdo de paz en los años 90, la presencia colonial judía de los territorios ocupados hizo imposible -y hoy aún más- la creación de un Estado palestino.

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La ocupación de toda la tierra en la margen izquierda del Jordán solo culminará un proceso de ampliación de Israel, algo muy claro incluso para aquellos que no se posicionan ideológicamente acerca del problema. El futuro para la paz en Palestina es la creación de un solo Estado que pueda garantizar la convivencia de ambas poblaciones y de las tres diferentes religiones semíticas. ¿Se trata de ficción política?

En el nivel demográfico y geográfico no hay espacio suficiente para dos Estados. Israel y las colonias judías rodean pueblos y ciudades palestinas y la emigración inducida o forzada de millones de palestinos podría acabar pareciéndose demasiado a la que han sufrido los judíos en el siglo XX.

Sería importante que los propios políticos, sobre todos europeos, empezasen a buscar una solución diferente y a hacer frente al absolutismo autocrático y cultural en torno al concepto de antisemitismo. Acusar a quienes plantean una crítica constructiva a Israel no puede convertirse en una bandera ideológica.

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