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¿La pandemia ha cambiado nuestro espacio personal para siempre?

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Rafael Román Caballero, Universidad de Granada

—¿Quién es? —dijo el lobo suavizando la voz.
—Soy tu nieta, Caperucita Roja. Te traigo una torta y un tarrito de mantequilla.
—Pasa, pasa. Déjalos sobre el arcón y acércate a la cama.
Acercándose, Caperucita Roja quedó muy asombrada al ver la forma de su abuela en camisón:
—Abuela, ¡qué brazos tan grandes tienes!

Este es un momento de mucha tensión en el cuento de Caperucita Roja. Incluso a ella, que todavía no sabe que es el lobo quien está en la cama, le resulta incómodo acercarse tanto a una figura extraña. Poco a poco, Caperucita está adentrando al lobo en lo más íntimo de su espacio personal.

El espacio alrededor de nuestro cuerpo es un lugar privilegiado para la interacción con el entorno. A una distancia reducida los objetos son alcanzables y podemos sentir con mayor agudeza. Desde cerca, podemos oler con intensidad el aroma de la comida o ver con detalle.

Pero cuando la interacción es con otra persona, ambas pueden tocarse y se vuelven más vulnerables a las malas intenciones. Por eso no debe sorprendernos que lo primero que Caperucita extrañó de su abuela fueran sus brazos.

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¿Qué distancia preferimos?

Las personas sentimos el espacio personal como un área circular alrededor del cuerpo. Según el tipo de relación que tengamos con el otro preferiremos que ese círculo tenga un mayor o menor tamaño. Por ejemplo, en una conversación con alguien que no conocemos bien solemos estar más cómodos con una separación de un metro. Pero con relaciones más estrechas, como con un familiar, nos colocamos más cerca.

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Por otro lado, esa distancia puede utilizarse en la comunicación para expresar atracción o pertenencia al grupo. Es más, si percibimos que una persona está enfadada tendemos a situarnos más lejos de ella que cuando está alegre. Con esa separación de una potencial amenaza nos sentimos algo más seguros.

Pero quizá uno de los factores más importantes es la cultura del país en el que vivimos. En algunos países del mundo, entre los que se encuentra España, predominan culturas de un mayor contacto, en las que las interacciones sociales son más cercanas (en España, unos 90 cm). Sin embargo, en otras culturas, como las asiáticas, las conversaciones implican una mayor distancia (120 cm).

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Ni tan cerca, ni tan lejos

Hablar con alguien que no respeta el espacio personal resulta muy incómodo. Esa incomodidad solemos expresarla retirando la mirada o terminando la conversación. Sin embargo, interactuar con alguien más lejos de lo habitual también genera malestar y la comunicación se vuelve más pobre. El refrán italiano lontano dagli occhi, lontano dal cuore recoge esa sensación de que las emociones se diluyen con la distancia.

Con la pandemia se han establecido normas para mantener una distancia de seguridad de 1,5 a 2 metros. Esto es algo que va en contra de la separación habitual de 1 metro. Por eso, las primeras interacciones sociales con el nuevo distanciamiento han sido extrañas.

Pero los estudios muestran que la sociedad ha entendido rápido la relevancia de esta norma y ha cambiado sus preferencias. En poco tiempo el espacio personal se ha ampliado y las personas se sienten más cómodas con una separación de 1,5 metros.

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Mientras que el aumento de la distancia es algo que puede ocurrir rápido, la reducción del espacio personal parece que es más lenta. Durante el verano, aunque los datos de la pandemia fueron mejores, las personas seguían prefiriendo una separación amplia. Todo sugiere que el regreso a un espacio de interacción como el que teníamos antes de la pandemia será gradual. En términos biológicos, tiene sentido que nos sigamos aproximando con cautela a lo que aprendimos que era una amenaza. Quizá las sociedades tengan también algo que aprender de la vida y su ritmo de desescalada.

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Un espacio confinado

Además del distanciamiento social, la pandemia ha cambiado nuestra vida en otros sentidos. Que restricciones como el confinamiento redujeran las interacciones sociales ha propiciado que, durante la pandemia, muchas personas experimentaran un aumento en los niveles de depresión y ansiedad. Y en algunos casos los acontecimientos han sido tan dramáticos que han producido estrés postraumático.

Las guerras del siglo XX nos mostraron que las personas con estrés postraumático, como muchos veteranos de guerra, se sienten más cómodas con separaciones amplias. Lo mismo sucede con muchos trastornos de ansiedad, en los que el entorno se percibe como más amenazante.

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Sin embargo, resulta paradójico que el aislamiento social y la soledad también promuevan distancias largas. En esas circunstancias suele existir un deseo de conversar y romper con el aislamiento. Una especie de «hambre social». Pero, al mismo tiempo, la persona se ha adaptado a un nivel bajo de interacciones sociales. Esto hace que al principio las conversaciones espaciadas sean más llevaderas.

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Sea por el aumento de la ansiedad o por el aislamiento, es probable que la distancia habitual tarde en volver. Incluso cuando la separación de 1,5 metros no sea obligatoria, quizá muchas personas se encuentren más cómodas adoptándola por un tiempo.