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¿Pero no iba a arrasar Biden? Por qué fallan las encuestas electorales

¿Pero no iba a arrasar Biden? Por qué fallan las encuestas electorales
Shutterstock / Lightspring

Jonatan García Rabadán, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea

Convocatoria electoral tras convocatoria electoral, las elecciones presidenciales de Estados Unidos copan las portadas y los titulares de los principales medios de comunicación, incluso en esta época monotemática de pandemia. Si las elecciones de 2016 levantaron una gran expectación, por quienes encabezaban las candidaturas demócrata (Hillary Clinton) y republicana (Donald Trump), en esta ocasión no ha sido menor.

Este año el escenario de la competición se presentaba como el más polarizado en varias décadas y no solo por efecto de la gestión derivada de la covid-19, también por la gran tensión sociopolítica de los últimos meses.

Además, la conflictividad y la movilización no se ha centrado en un único grupo, sino que ha ido progresivamente ampliándose hasta afectar a prácticamente todos los sectores del país con lo que ello ha supuesto. En todo este escenario, las encuestas y sondeos electorales han estado, una vez más, en el ojo del huracán tras no haber acertado qué sucedería el primer martes después del primer lunes de noviembre: ni victoria holgada a favor de Biden, ni hundimiento de Trump. Ambos han sido los candidatos más votados en la historia electoral estadounidense.

En la cuna de los sondeos, tal y como los conocemos en la actualidad, su cuestionamiento es creciente. Y, sin embargo, siguen siendo la mejor herramienta para captar el estado “anímico” puntual.

Una elección nacional con suma de elecciones estatales

Durante estos días los medios de comunicación nos han mostrado repetidamente el mapa de los Estados Unidos de Norteamérica pintado con los colores azul (demócrata), rojo (republicano) y gris (estados en pugna) ya fuese con las proyecciones de los sondeos, como posteriormente por los resultados electorales. Dichos mapas coloreados esconden la realidad de un sistema electoral fragmentado.

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A pesar de proyectarse una competición nacional, las elecciones se juegan en los Estados, un claro reflejo del proceso de construcción histórico de EE.UU. Cada uno de los 50 estados son quienes realmente marcan las reglas del juego al aplicar diferencias en cuestiones como el registro electoral (cómo y cuándo registrarse para votar), la papeleta o el desarrollo del conteo.

Precisamente, estos son los lugares donde se consigue la representación que compone en colegio electoral; sobre quien recae la decisión final de elegir el presidente. La concepción puede asemejarse a las elecciones del Congreso de los Diputados español (los diputados son electos por provincia), con la diferencia que allí el partido ganador se lleva toda la representación del Estado (salvo Maine y Nebraska que aplican cierta proporcionalidad) sea cual sea la diferencia entre los contendientes.

Esta pluralidad conlleva una primera traba para realizar un claro pronostico, pues la pugna tiene lugar en cada una de las partes y no en el conjunto. Todo ello sin olvidar que no solo se elige presidente: estos comicios son una agregación de consultas populares, refrendos, etc. En otras palabras, un error en el diseño de la muestra y el resultado será completamente diferente.

La metodología de las encuestas

Precisamente, cuando se analizan los sondeos, muchas veces su lectura se queda en la superficie, cuando la verdadera calidad de los estudios se mide en su ficha técnica; es necesario saber leer bien cómo han sido realizadas: el diseño de la muestra, el número de encuestas, el margen de error e incluso las preguntas.

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Los estudios demoscópicos electorales se encuentran con un factor añadido: la urgencia de los resultados. Partidos políticos y medios de comunicación solicitan inmediatez (y bajo costo), con lo que la construcción del estudio se encuentra con la necesidad de modificar ciertos elementos en detrimento de la calidad de la misma, en otras palabras, el riesgo de aumentar el margen de error. Un ejemplo claro de ello es el cambio del cuestionario presencial por uno telefónico o, incluso digital.

Estos dos últimos más rápidos, pero con riesgo de no acertar en conseguir la respuesta de todos los grupos sociales. Pensando en un país tan grande como Estados Unidos, este punto no es baladí, y menos cuando se trata de una temática tan sensible como la electoral.

Poniendo la vista en 2016, cuando Hillary Clinton y Donald Trump se enfrentaron, también se percibió el descontento hacia los sondeos. Estos apostaron por una victoria de la candidata demócrata, que luego no fue así. Sin embargo, en aquella ocasión consiguieron acertar al pronosticar la victoria de Clinton (en voto popular) y erraron en captar un electorado descontento y, en cierta manera, indeciso. Cuatro años después la contienda ha convergido en dos alternativas fuertemente enfrentadas, como hacía tiempo que no ocurría.

La dificultad de leer los escenarios electorales

Esta última cuestión también ha marcado y afectado al correcto desarrollo de los estudios demoscópicos. La sociedad estadounidense se ha caracterizado en el último ciclo por una clara polarización social y política, tanto en el espacio institucional, como en la calle; incluso más allá de la tensión generada por la gestión y las consecuencias de la pandemia.

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La dualización / ruptura social no es una realidad limitada a EE.UU., pues ha ido extendiéndose por las democracias occidentales (Reino Unido, Polonia, Hungría, Italia, etc.).

No puede obviarse que la polarización y el descontento han venido siendo estudiados desde tiempo atrás en Estados Unidos, pero este no había podido ser medido electoralmente en el país hasta ahora en su máxima intensidad. El espectacular crecimiento del voto por correo refleja, en cierta manera, esa misma realidad enfrentada.

La situación de alta conflictividad, donde los posicionamientos se hallan en extremos enfrentados, es un arma de doble filo para los sondeos. Por una parte, el número de personas indecisas se reduce, con lo que sería más fácil captar las posturas y opiniones ciudadanas.

Sin embargo, cuando la crispación supera cierto umbral, se corre el riesgo de que crezca el número de personas que por miedo o reticencia opten por no declarar su postura, a riesgo de ser rechazadas socialmente. Aquí entra en juego el diseño del estudio que, a través de diferentes preguntas o una muestra (y recogida de datos) más detallada, consiga superar este obstáculo.

Algunos referentes actuales en encuestas como W. Mitofsky llegaron a afirman que hay “mucho espacio para la humildad en las encuestas. Cada vez que te vuelves arrogante, pierdes”.

Por todo ello, las encuestas y sondeos electorales deben seguir en un continuo proceso de mejora e innovación, con el fin de cumplir con su objetivo de radiografiar la sociedad llegando a rastrear e identificar toda la pluralidad de nuestras sociedades actuales, incluso en periodo electoral, y evitar que el trabajo científico que encierran sea cuestionado.

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